Este artículo analiza la forma cómo se construyó el
conocimiento geográfico en la gobernación de Esmeraldas y las diferentes
representaciones del paisaje de esta región a comienzos siglo XVI. El análisis
de estos discursos permite introducir el tema de las narrativas imperiales y su
complejo proceso de elaboración. El conjunto de discursos que vincula la
identidad cultural de los habitantes de una región con el paisaje de su entorno
es un proceso de largo recorrido, iniciado a finales del siglo XV. Como resultado,
apareció una narrativa “oficial”, que se impuso paulatinamente, y que coexistió
con otros discursos, producidos desde otros ámbitos de la sociedad colonial.
Los autores analizados son cuatro: Gaspar de Torres, Antonio de Morga, Martín
de Fuica y Cristóbal de Troya. En todos los casos se trata de literatura
“administrativa” o “burocrática”, no destinada para su publicación. La caja de comentarios, al final de esta entrada, está abierta para conocer sus opiniones y el debate.
Por Raúl Hernández Asensio
Instituto de Estudios Peruanos, IEP
Detalle de la provincia de Esmeraldas en la Carta de la Provincia de Quito y de sus adyacentes, de Pedro Vicente Maldonado. París, c. 1750.
En una recapitulación publicada hace algunos años, Mart Stewart señala la existencia de tres diferentes campos de interés dentro de la historia ambiental[1]. Por un lado, estudios como los de Enmamnuel La Roy Ladurie, William Cronon y Donald Worster, cuyo interés se centra en la reconstrucción de los ecosistemas y paisajes del pasado, aprovechando para ello métodos provenientes de otras ciencias, como el estudio de los restos fósiles de polen o de las masas de hielo conservadas en las regiones polares. Un segundo grupo lo conforman los trabajos referidos a los esfuerzos del hombre por controlar la naturaleza, entendidos dentro del marco de las relaciones sociales y de las estrategias económicas. Es el caso de los historiadores como el propio Cronon, en otros de sus trabajos, y Alfred Crosby, que demuestran la imbricación profunda entre naturaleza y cultura desde los primeros tiempos de la presencia humana en el planeta. Relacionado con estos dos enfoques, pero diferente en cuanto a su objeto inmediato de estudio, el tercer ámbito dentro de la historia ambiental se refiere a la evolución de la percepción humana de la naturaleza y de los paisajes naturales, las distintas sensibilidades desarrolladas al respecto y los discursos en los que estas percepciones y sensibilidades se traducen. El presente artículo parte de este enfoque. En las siguientes páginas analizamos el proceso de construcción del conocimiento geográfico referido a la gobernación de Esmeraldas, al noroeste del territorio actual de Ecuador, y las diferentes miradas proyectadas sobre el paisaje de esta región a comienzos siglo XVII.
El análisis de los discursos relativos al paisaje de esta
apartada frontera americana nos permitirá, a su vez, introducir el tema de las
narrativas imperiales y su complejo proceso de construcción. Los manuales de
geografía e historia de Perú y de Ecuador presentan en la actualidad un relato
sobre el territorio cuyo argumento central es la existencia de tres regiones
naturales diferenciadas: Costa, Sierra y selva. En contraste con lo que es
habitual en la tradición occidental, la existencia de identidades regionales
diferenciadas no se atribuye en primer lugar a elementos culturales como la
historia o la lengua, sino a la existencia de “regiones naturales” diferentes,
cuya influencia sería determinante en el carácter de las personas que las
habitan. Esta situación deriva del hecho de que Costa, Sierra y selva son
consideradas entidades diferentes “por naturaleza”, regiones con una identidad
propia, anterior a cualquier presencia humana.
En este artículo quiero analizar
los orígenes de esta idea, el proceso de conversión de un hecho geográfico
concreto (la existencia de diferentes espacios ecológicos) en el fundamento de
la construcción de identidades regionales. Sostendremos aquí que el conjunto de
discursos que vincula la identidad cultural de los habitantes de una región,
con el paisaje del territorio que habitan, es el resultado de un largo proceso
iniciado a finales del siglo XVI, en autores como Cieza de León y José de
Acosta. El resultado es una narrativa que puede ser denominada “oficial”, que
poco a poco va imponiéndose. Sin embargo, sostendremos también que junto a esta
narrativa oficial, que ya de por sí no es enteramente coherente, coexisten
otros discursos paralelos, producidos por otros actores de la sociedad
colonial. Son estos discursos paralelos, sus orígenes, fundamento y estructura,
tanto como el discurso “oficial”, lo que nos interesa estudiar aquí. Los
autores analizados son cuatro: Gaspar de Torres, un sacerdote mercedario que se
adentra en la región en los últimos meses del año 1598; Martín de Fuica,
comerciante con interés en la región; Cristóbal de Troya, criollo al servicio
de la Real Audiencia, y Antonio de Morga, presidente de la Audiencia entre 1614
y 1636[2].
LA FRONTERA
ESMERALDEÑA A COMIENZOS DEL SIGLO XVII
La gobernación de Esmeraldas forma parte de una región
natural de mayores dimensiones, conocida como “tierras bajas occidentales”. En
la parte más cercana a las ciudades serranas, en las vertientes occidentales de
los Andes, aproximadamente hasta los 500 m de altura, el paisaje predominante
es el denominado “bosque de niebla”, caracterizado por la presencia de
desniveles importantes que dificultan los asentamientos estables, una densa
vegetación, especialmente de helechos y sotobosque, microclimas muy variables de
acuerdo con la orografía y las lluvias continuas, casi diarias durante todo el
año[3].
La humedad condensada en las quebradas y valles determina la presencia
constante del principal elemento del paisaje, la niebla, a la que debe su
nombre la región. Hacia la Costa, el relieve se suaviza, hay menos colinas y
los ríos discurren más lentos. El paisaje y el ritmo de vida son aquí muy
similares a la selva amazónica. Aunque la humedad continúa siendo extrema, es
posible establecer poblaciones en las riberas de los ríos, donde existen
pequeñas porciones de territorio que permiten el cultivo de productos como la
yuca o el maíz[4].
Toda la región se articula en torno a los sistemas fluviales, que conectan los
Andes con la Costa. De norte a sur, los ríos más importantes son el Santiago,
el Mira y el Esmeraldas. Durante la época colonial estos ríos son las
principales vías de comunicación. Salvo en época de guerra, en torno a ellos se
concentra la población nativa, y junto a ellos se fundan las pocas poblaciones
españolas que existen en la región.
A finales del siglo XVI, tres elementos caracterizan la
frontera esmeraldeña dentro del panorama de la Real Audiencia: la diversidad
étnica de sus habitantes, la existencia de una situación de gran inestabilidad,
con continuos enfrentamientos bélicos entre unos grupos y otros, y la
supervivencia, a pesar de estos conflictos, de una compleja red de comercio e
intercambio de productos, que vincula a estas poblaciones con los grupos
étnicos de los andes y de la selva oriental. Las zonas más cercanas al mar y
las cuencas bajas y medias de los ríos que descienden de los Andes están
habitadas por poblaciones selváticas de lengua chibcha-barbacoa, como los
malaba y los cayapa. Se trata de agrupaciones relativamente igualitarias, que
practican una agricultura seminómada de baja intensidad. Por lo general,
habitan en asentamientos de pequeñas dimensiones, constituidos por grupos
familiares poco numerosos, casi nunca con más de cincuenta habitantes por
aldea. Desde el punto de vista político no presentan una jerarquía política
clara, aunque es posible identificar algunos caciques u hombres principales,
cuyo papel se vincula con las actividades bélicas[5].
Hacia el este, las laderas occidentales de los Andes, al
norte de Quito, y el curso alto de los ríos que descienden hacia el océano
Pacífico, son el hábitat de grupos como los lita o los pasto, a medio camino
entre los Andes y la selva occidental. También se encuentra aquí parte del
territorio de los otavalo, el grupo más poderoso de los Andes septentrionales
en el momento de la llegada de los españoles. En casi todos los casos, el
centro neurálgico de estos grupos se sitúa en la zona más alta del territorio,
por encima de los mil quinientos metros, desde donde proyectan sobre las
tierras bajas una zona de influencia variable, que puede alcanzar hasta la
costa[6].
De acuerdo con las circunstancias concretas de cada momento, esta influencia
puede ser política, cultural o económica. En este sentido, los trabajos de
Chantal Caillavet han contribuido a difuminar la idea de la existencia de
universos culturales separados entre la Sierra y la selva occidental. Sabemos
ahora que en el período prehispánico existen redes de intercambio de productos
que vinculan amplias regiones de los andes septentrionales y las regiones de
selva adyacentes, a ambos lados de la cordillera. Estos vínculos no desaparecen
con la conquista española. Hasta finales del siglo XVI, son perceptibles
todavía muchos de sus rasgos en lo que se refiere, por ejemplo, al comercio de
productos de alto valor económico y ritual como la sal, el algodón, el ají o la
coca[7].
Junto a estos circuitos, un elemento característico de la
frontera esmeraldeña, diferente de otras fronteras selváticas, es la presencia
continuada de descendientes de antiguos esclavos negros, asentados en pequeñas
poblaciones cerca del mar. Su presencia en la región deriva del naufragio de
barcos esclavistas que durante la década de 1550 circulan entre Panamá y Lima[8].
Tras su desembarco en las costas de Esmeraldas consolidan su posición mediante
alianzas con algunas parcialidades indígenas de la región y a través de guerras
de conquista emprendidas durante las décadas siguientes[9].
Estos nuevos pobladores de la frontera son denominados en las fuentes españolas
“zambos” o, más frecuentemente, “mulatos”, lo que probablemente está indicando
algún grado de mestizaje con las poblaciones indígenas de la región[10].
Hacia finales de siglo es posible diferenciar dos asentamientos principales.
Uno al norte, en torno a la bahía de San Mateo, y otro más al sur, en las
cercanías de la bahía de Atacames. Desde fecha temprana estos emplazamientos
fueron conocidos por las autoridades de Quito, que en varias ocasiones trataron
de acercarse a ellos para establecer pactos o alianzas que garantizaran la
defensa de la región, frente a posibles ataques de otras potencias europeas[11].
Las comunidades negras de Esmeraldas parecen haber tenido una estructura social
relativamente compleja, con jerarquías definidas y clanes prominentes, cuya
presencia en la documentación colonial se prolonga a través de varias
generaciones[12].
Los señores mulatos de Esmeraldas, de Andrés Sánchez Gallque (1599).
Escuela Quiteña. Óleo sobre lienzo.
Museo de América, Madrid.
A finales del siglo XVI, la región atraviesa un convulso período de transición. La presencia de poblaciones mulatas en la Costa y la existencia de proyectos de expansión territorial desarrollados por poderes nativos autónomos en el pie de monte, como los lita, se traducen en una gran inestabilidad. Las fuentes recogen constantes referencias a enfrentamientos bélicos entre unos grupos y otros, el establecimiento de alianzas coyunturales y la existencia de continuos desplazamientos de población. Caillavet y Lane, los autores que más profundamente han tratado el tema, señalan que la guerra intra o interétnica había sido un elemento característico de la vida social de la región aun en tiempos anteriores a la conquista española, asociado probablemente a elementos rituales como la práctica de la antropofagia[13]. La extensión del sistema colonial, con sus nuevas exigencias en forma de tributos o trabajo personal, habría exacerbado esta tendencia, aumentando el grado de violencia y la acritud de los conflictos al introducir nuevos elementos, como el acceso diferencial a productos como las herramientas de hierro, que pueden suponer para sus poseedores una diferencia sustancial en el contexto de la guerra étnica. Las continuas entradas de conquista en la región, la dislocación de las formas de control social indígenas, la extensión de las mitas a las poblaciones serranas, que para evitarlas se internan en la selva, son también elementos a tener en cuenta. El resultado es una situación de guerra generalizada, a la cual las autoridades coloniales deben hacer frente en su empeño de controlar la región.
Desde el momento del contacto, la provincia de Esmeraldas es
objeto de atención por parte de la administración imperial, de una manera
continuada pero poco sistemática. Durante todo el siglo XVI son muchas las
expediciones que se internan en la zona con pretensión de conquistarla. Sin
embargo, se trata de esfuerzos marginales. Sus promotores son antiguos soldados
o bien autoridades de segundo rango que buscan mejorar su situación. Aunque se
fundan diversas poblaciones, ninguna de ellas se consolida[14].
La región no cuenta con fuentes de riqueza significativas, comparables con la
región central andina o con los lavaderos de oro de la selva amazónica. La
situación comienza a cambiar con el descubrimiento de las minas de plata de
Potosí. Para abastecer a la creciente población de los centros mineros andinos,
la Audiencia de Quito se especializa de manera progresiva en la producción de
textiles[15].
Estos productos se elaboran en la región andina central, entre Riobamba, al sur
y Otavalo, al norte, regiones donde la población indígena es más densa, y donde
el control colonial es mayor[16].
El único camino para su exportación legal consiste en transportarlos por tierra
a lo largo de toda la Sierra, hasta la ciudad de Babahoyo, desde donde se
embarcan en gabarras fluviales al puerto de Guayaquil. Éste era un camino largo
y costoso, que no estaba disponible todo el año. A medida que se consolida el
sistema colonial, el interés de los comerciantes quiteños se centra en abrir
una ruta alternativa, que permita abaratar los costos de la exportación[17].
En la transición del siglo XVI al siglo XVII, una figura
clave es el oidor Juan del Barrio Sepúlveda. Su presencia en Quito supone un
giro en la política de la Real Audiencia hacia la frontera. Sepúlveda es el
primer funcionario imperial que desarrolla en la región una política
sistemática encaminada a controlar la frontera. Para ello traza un ambicioso
programa, articulado en torno a cinco ejes: a) el establecimiento de alianzas
con los caciques mulatos de las regiones cercanas a la Costa, b) la concreción
de alianzas similares con los principales caciques de la región del pie de
monte del corregimiento de Otavalo, c) la reducción de las poblaciones
indígenas de las regiones de las cuencas alta y media de los ríos que descienden
de los Andes y su concentración en pueblos de nueva fundación atendidos por
sacerdotes mercedarios, d) la fundación de dos poblaciones de españoles en las
regiones de la Costa, susceptibles de convertirse en puertos para el
abastecimiento de Quito y para la salida de productos textiles y e) la apertura
de un camino entre la capital de la Audiencia y estas nuevas poblaciones
costeras.
Frente a sus antecesores, la principal novedad de la
política de Sepúlveda consiste en articular el proyecto imperial de control
territorial de la frontera con los intereses particulares de algunos de los
principales poderes nativos de la región. La responsabilidad de controlar la
frontera esmeraldeña recae sobre los caciques considerados más amistosos,
encargados de asegurar la pacificación del territorio. Esta estrategia de
control indirecto de la frontera había sido propuesta con anterioridad por
sacerdotes mercedarios como Juan Salas[18].
Pero ahora recibe sanción oficial y se vuelve sistemática. Bajo la supervisión
de Sepúlveda, algunos caciques mulatos se desplazan hasta Quito, donde son
agasajados por las autoridades en reconocimiento de su papel como guardianes de
la frontera. Sepúlveda se apoya también en varios caciques indígenas de la zona
de ceja de selva. Los más importantes son Alonso y Luis Gualapiango, caciques
litas, y García Tulcanaza, cacique pasto de Tulcán[19].
La Real Audiencia reconoce a cada uno de ellos como gobernadores de sus
respectivas provincias, con título incluido, a cambio de controlar a las tribus
de la selva, menos estructuradas y más difíciles de asimilar para el entramado
colonial[20].
Estos caciques gobernadores, deben proteger a los mercaderes que sacan textiles
desde Quito hacia la Costa, y recoger a los sobrevivientes de los abundantes
naufragios que se producen en la región. Como en el caso de los caciques
mulatos, las autoridades de Quito buscan apoyarse en los poderes locales
fuertes que han surgido en el caos que sigue a la desintegración del aparato de
poder inca en las tierras bajas.
En este contexto de transición múltiple, económica, social y
política, es donde comienzan a aparecer entre 1590 y 1620, un conjunto de
textos relativos a la frontera esmeraldeña, que por primera vez incluyen
referencias más o menos amplias sobre el paisaje del territorio y su
vinculación con las formas de vida de la población nativa. Como vamos a ver en
las siguientes páginas, estos textos se articulan de manera no siempre
sencilla, con un conjunto de cambios que a nivel más general afectan las
percepciones europeas del paisaje americano durante la transición del siglo XVI
al siglo XVII.
ALTERIDAD EXACERBADA Y ESENCIALIZACIÓN DEL PAISAJE
Las representaciones actuales del territorio americano son
el resultado de un proceso histórico complejo, que tiene uno de sus puntos
centrales a comienzos del siglo XVII, cuando cristaliza la oposición conceptual
entre tierras altas (cordillera andina) y tierras bajas (selva)[21].
Esta oposición, a su vez, es el resultado de un proceso de esencialización del
paisaje, que se convierte en la clave para interpretar la diversidad de
culturas el nuevo mundo. Las peculiaridades del paisaje pasan a considerarse el
dato más importante a la hora de analizar la singularidad americana. Los
paisajes son también el principal criterio a la hora de establecer diferencias
dentro del continente entre unas regiones y otras. La naturaleza selvática se
asocia a un conjunto de ideas, que permiten construir una imagen coherente,
referida a un espacio con identidad propia, diferente de aquellos otros espacios
que lo rodean: vegetación exuberante, humedad, oscuridad, explosión de vida,
etc. A partir de aquí, tierras altas y tierras bajas son dos categorías
excluyentes no solo en el plano geográfico, sino también social. La alteridad
ecológica se traslada al campo de la geografía (regiones naturales diferentes)
y también al campo del análisis sociológico (identidades regionales
diferentes).
Paisaje de la selva ecuatoriana. Rafael Troya. Siglo XIX.
Mixta. Aceite y proteínas sobre tela.
Colección privada.
El gesto esencializador del paisaje selvático no proviene del momento de la conquista. Se inserta en un arco temporal mucho más prolongado. Sus raíces son anteriores y su cristalización bastante posterior a la llegada de los europeos al continente americano. Para los primeros conquistadores no existe una ruptura radical entre las tierras altas y las tierras bajas[22]. Esto no quiere decir que los cronistas de la primera época no percibieran diferencias entre los paisajes predominantes en unas regiones y en otras. Sin embargo, durante la mayor parte del siglo XVI: a) de estas diferencias no se deduce una alteridad exacerbada entre unas regiones y otras en el plano ecológico y geográfico, b) estas diferencias no son consideradas la clave para comprender de manera holística la realidad humana americana y, c) las diferencias de paisaje no juegan, en este momento inicial, un papel central en las ideologías imperiales que legitiman y fundamentan discursivamente las formas de dominación europea sobre el continente.
La esencialización del paisaje es resultado de la
acumulación de nuevas ideas sobre el territorio y de su confluencia con un
cambio en la política imperial respecto al continente americano. Los escenarios
de este proceso se encuentran tanto en América como en Europa. Uno de los insumos
principales es la progresiva asimilación de la ideología imperial incaica, por
parte de la élite cultural vinculada a las autoridades coloniales. Un momento
importante en este proceso es la obra de Pedro Cieza de León, donde encontramos
la primera teorización sobre los límites del imperio inca, considerados como
una frontera geográfica[23].
Para Cieza, el límite de la expansión inca se relaciona con el cambio ecológico
que se observa al avanzar hacia el norte desde Quito. En relación con este
cambio ecológico, Cieza introduce el concepto “behetría”, para caracterizar la
organización social de los pueblos que quedan al margen del imperio inca.
Aunque imprecisa todavía, la noción de behetría presupone la existencia de dos
tipos de sociedades en el virreinato del Perú: las sociedades jerarquizadas
situadas al sur, en torno a los “Andes de Puna”, y las sociedades socialmente
reticentes a la jerarquización situadas al norte, en la región de los “Andes de
Páramo”[24].
La frontera ecológica de Cieza de León, no es todavía una
frontera entre tierras altas y tierras bajas. Es una frontera norte-sur. Pero
en el cuerpo teórico creado por él ya está presente la vinculación entre los
aspectos sociales de la geografía americana y la geografía del continente. Las
ideas de Cieza son retomadas y profundizadas por el principal teórico hispano
de la alteridad americana, el jesuita José de Acosta. Acosta reflexiona sobre
la variedad de formas de gobierno de los pueblos americanos, que clasifica en
tres tipos, correspondientes a tres etapas evolutivas: reino o monarquía,
behetría s o comunidades, e indios sin ley, entre los cuales incluye a los
chiriguanos y los “chunchos”, término con el que se conoce en la región de
Cuzco a los indígenas de las tierras bajas. A la noción de frontera natural
introducida por Cieza para explicar las diferentes formas de gobierno del
continente, Acosta añade una dimensión temporal. La alteridad se exacerba al
convertirse la diversidad en un gradiente de civilización. Para Acosta, los
pueblos de la selva corresponden al estadio evolutivo más antiguo de las
sociedades humanas. Su sistema social es un fósil de la historia. Representa
una etapa primitiva por la cual todos los pueblos han pasado en un momento
anterior para después avanzar hacia la civilización. La llegada de los colonos
andinos a la selva, incaicos o hispano-criollos, supone por lo tanto un salto
evolutivo, una transición de época.
Pedro Cieza de León (izq.) y José de Acosta,
ambos son de los primeros cronistas coloniales en Sudamérica.
Las teorías de Cieza y Acosta son eslabones fundamentales en el proceso de esencialización del paisaje americano. La radical alteridad ecológica del nuevo mundo explica las diferencias culturales y sociales que se pueden percibir entre sus habitantes. A finales del siglo XVI este discurso coincide con las presiones que ejerce la realidad americana sobre el diseño de la política imperial. Las precarias gobernaciones fundadas durante el siglo XVI en las regiones de selva dejan de tener existencia real una tras otra, a medida que disminuyen los beneficios derivados de la explotación aurífera de los ríos de la región. Desde 1580, diferentes rebeliones indígenas obligan a los colonos establecidos en la región amazónica a abandonar los asentamientos fundados décadas atrás, replegándose hacia los contrafuertes andinos[25]. En un contexto de crisis demográfica y desestructuración social de las poblaciones indígenas, las ciudades destruidas no se reconstruyen.
El repliegue
colonial hacia los Andes no supone sin embargo un regreso a la situación
anterior a la llegada de los europeos. El estudio de Michael Uzandoski relativo
a la región de los Quijos, situada entre los ríos Coca y Napo, al este de
Quito, es muy explícito al respecto[26].
Desde la gran revuelta de 1578 se inaugura aquí una etapa de levantamientos
sucesivos y decadencia, cuyo resultado no es solo el fracaso del proyecto colonial,
sino también la disolución de los modelos sociales tradicionales que vinculaban
estrechamente las regiones de pie de monte con las tierras altas andinas. Como
resultado de ello se configura un panorama marcado por la ruptura y el
distanciamiento, que condena a las regiones de la selva a la situación de
periferia marginal dentro del esquema territorial imperial. La
complementariedad e integración, que caracterizan el modelo prehispánico de
ocupación espacial en los Andes septentrionales, es sustituida por la ruptura y
la radical alterización de las regiones de tierras bajas.
Lo mismo ocurre, más al sur, después de la rebelión de los
jíbaros de 1599[27].
Todos estos factores influyen en el giro de la política imperial que comienza a
percibirse a finales del siglo XVI y se consolida definitivamente en la década
de 1630[28].
Desde ese momento, las autoridades coloniales dejan de alentar la conquista de
nuevos territorios. Esta nueva política tiene su correlato en una nueva
sensibilidad frente al paisaje americano. La mirada confiada que había
caracterizado al siglo XVI se transforma en lo que Heidi Scott ha denominado
“un estado de ansiedad generalizado”[29].
A medida que la conquista total del continente se revela como un objetivo
imposible, comienzan a aparecer lecturas más pesimistas del paisaje demoníaco
de las idolatrías indígenas, personalizadas en montañas y ríos, la naturaleza
impenetrable de la selva donde se refugian las etnias irreductibles, perdidas
para la civilización.
El límite entre las tierras altas y las tierras bajas
progresivamente pasa a ser considerado como una frontera natural de la
expansión española en el continente americano, más allá del cual apenas se pude
aspirar a un control indirecto del territorio, ejercido mediante
intermediarios, órdenes misioneras o circunstanciales aliados locales. El
proceso de esencialización del paisaje, a través los pasos intermedios de la
geografía y la sociología, concluye en una teoría política sobre el alcance y
la naturaleza de la dominación española en el continente americano: la
expansión española solo se puede desarrollar sobre el marco de poblaciones
socialmente complejas y estas poblaciones se extienden hasta allí donde el
paisaje lo hace imposible. Hasta donde empieza la selva.
EL PAISAJE Y LAS POLÍTICAS IMPERIALES EN LA FRONTERA
Indios y misioneros: la conversión por las herramientas. J. Prieto. (1805)
Fondo Jijón y Caamaño, Quito.
Fondo Jijón y Caamaño, Quito.
La esencialización del paisaje selvático y su inserción en las representaciones del espacio americano tienen lugar, en primer lugar, entre las élites culturales y políticas vinculadas a la administración colonial. Sus primeros promotores en el Nuevo Mundo son las órdenes misioneras para quienes el establecimiento de un límite preciso a la expansión de la administración colonial, significa la oportunidad de desarrollar en los territorios de frontera su propio proyecto colonial, sin interferencias de otros actores. En su estudio sobre la región poblada por los indígenas cofán en el pie de monte situado al este de Quito, Eduardo Kohn señala para la década de 1610 la elaboración de un marcado discurso de exacerbación de la alteridad y esencialización del paisaje por parte del misionero jesuita Rafael Ferrer[30]. En Esmeraldas esta corriente está personificada por el oidor Sepúlveda y por quienes comparten su proyecto de control indirecto de la frontera. La penetración del discurso esencializador en otros sectores de la sociedad hispano-criolla es más lenta. Hasta el final de la dominación española encontramos representaciones y discursos alternativos sobre la naturaleza de las regiones de selva, en los cuales la identidad regional no se vincula de manera directa con el paisaje.
El caso esmeraldeño, por las razones apuntadas al inicio de
este trabajo, resulta ideal para observar las tensiones entre las diferentes
narrativas del paisaje[31].
Encontramos un proceso de construcción de las representaciones geográficas en
el que conviven diferentes tradiciones que interactúan sin superponerse, a modo
de estratos, sin sustituirse nunca unos a otros. Como ha señalado Myra Jehlen,
las narrativas imperiales son siempre discursos en construcción, detrás de los
cuales casi nunca existe un plan explícito o preconcebido[32].
Cada autor enhebra su propia narrativa singular, en donde convergen elementos
derivados de los discursos imperiales producidos en las metrópolis, elementos
derivados de tradiciones discursivas locales, e incluso elementos personales,
resultado de la propia experiencia vital. No existe un cuerpo homogéneo de narrativa imperial, por más que muchas
veces sea evidente la existencia de tropos reiterados y de nexos comunes. La
narrativa imperial está constituida por un conjunto de narrativas individuales,
que solo una mirada a posteriori permite interpretar de manera conjunta, como
parte integrante de un proyecto imperial más o menos coherente.
A comienzos del siglo XVII, la identidad regional de la
gobernación de Esmeradas todavía no está vinculada de manera holística al
paisaje de la región. Solo en los textos de Gaspar de Torres, un sacerdote
mercedario que recorre la región en 1598, encontramos está vinculación y la
consiguiente ruptura radical entre las representaciones de la Sierra y de la
selva. Esto no es casualidad. Los mercedarios son la orden religiosa que
mayores esfuerzos desarrolla durante el siglo XVI para explorar la región de
Esmeraldas, fundando numerosas misiones en la ceja de selva oriental y en las
inmediaciones de las bahías costeras donde viven de los clanes mulatos. Desde
1598, la orden es el principal apoyo de la política de control indirecto de la
frontera diseñada por Sepúlveda[33].
El empeño por conservar la frontera cerrada frente a la posible influencia de
otros grupos de españoles con intereses en ella, comerciantes o encomenderos,
es el hilo conductor del diario que Torres redacta durante su entrada de
evangelización a las cabeceras de los ríos Esmeraldas y Santiago[34].
Esta expedición cuenta con el apoyo de Luis Gualapiango, cacique gobernador de
Lita, aliado de la Real Audiencia. Torres bautiza a parte de los habitantes de
las tierras bajas, fundando dos nuevos poblados en los emplazamientos
principales de la etnia cayapa.
Las referencias a la naturaleza son muy abundantes en el
texto de Torres. La región tiene características propias. Se trata de un
espacio netamente diferenciado de las tierras altas de la Sierra. La
exuberancia de la vegetación y las dificultades orográficas condicionan los
comportamientos de la población, proporcionando al conjunto una unidad de fondo[35].
La naturaleza, los comportamientos cotidianos y las estructuras sociales son
referentes recíprocos. La exuberancia de la selva es explicada por Torres en
términos religiosos. La fragosidad de la naturaleza es una prueba que Dios
plantea ante sus fieles servidores para comprobar el talante y la vocación de
su fe. El carácter providencial de la naturaleza, incluye también a los seres
que la habitan. La diversidad animal también es leída en clave religiosa. Junto
con referencia a leones, tigres y diversos tipos de peces ribereños, Torres
dedica varios párrafos de su texto a recalcar la proliferación de alimañas e
insectos que viven en las tierras bajas. Como otros autores contemporáneos, se
detiene especialmente en las diversas especies de serpientes ponzoñosas que
inundan el territorio que recorre. En este sentido, Caillavet ha resaltado el
carácter nada casual de estas referencias, asociadas a un proceso de dominación
basado en el extrañamiento del paisaje selvático, que hunde sus raíces en los códigos
culturales cristianos[36].
La vinculación entre lo divino y lo natural queda patente en el relato que el
padre hace del incidente provocado por la picadura de una serpiente a uno de
los acompañantes de la expedición. Si la naturaleza es un reto, es su condición
de hombre santo lo que permite a Torres curar el daño, elevando su posición
ante la expectante población nativa[37].
A un nivel más prosaico, las descripciones de Torres de la
naturaleza de las tierras bajas tienen también una funcionalidad práctica, al
actuar como soporte de la estrategia política de su orden. La frontera cerrada
que los padres mercedarios pretendían crear en la región se presenta como una realidad
efectiva: como una frontera que, por sus propias condiciones naturales, ya es
en sí misma cerrada a toda penetración europea. Únicamente los misioneros
mercedarios, por sus cualidades especiales, pueden adentrarse en ella. La
orografía de la región, el clima, la vegetación y los animales que la habitan,
hacen imposible cualquier otra presencia europea[38].
Sobre la matriz del discurso de la esencialización del paisaje y la alteridad
exacerbada, Torres construye una narrativa propia, que a través de la religión
conecta con las querellas de la política regional. En este sentido, aunque es
el autor que más se acerca a la posición de las autoridades coloniales, su
posición está revestida de elementos distintivos, derivados de su visión
religiosa del mundo. No es el mismo discurso de Sepúlveda, que a pesar de las
dificultades de la selva, ensalzada las riquezas que la floresta escondía. Para
Torres nada hay para el conquistador detrás de la selva, ni oro ni tierras
fecundas donde asentarse.
El segundo discurso influido por la narrativa de la
alteridad exacerbada es el de Antonio de Morga, presidente de la Real Audiencia
de Quito entre las décadas de 1610 y 1620. A diferencia de Torres, un sacerdote
bastante oscuro, marginal hasta cierto punto en los grandes acontecimientos de
su tiempo, Morga es uno de los personajes centrales de la primera mitad del
siglo XVII quiteño[39].
Desde su posición como máxima autoridad regional emprende un programa de
reformas cuyo objetivo último es reforzar la autoridad real, frente a las
élites locales y frente a posibles injerencias por parte de otras instancias de
la administración colonial. Este programa incluye medidas para centralizar y
ordenar la producción de textiles, que generan recelos entre la alta sociedad
quiteña, dando origen a un clima de larvado enfrentamiento que va a marcar todo
su período de gobierno.
Retrato de Antonio de Morga Sánchez Garay, publicado en el libro 'Sucesos de las islas Filipinas', editado en Ciudad de México en 1609.
Morga fue el sexto presidente de la Real Audiencia de Quito entre 1615 y 1636.
Su ambición por convertir a Quito en una región lo más autónoma posible frente a los virreyes de Lima, implica un giro en la política referida a la frontera esmeraldeña. El proyecto de control indirecto de Sepúlveda, basado en los actores locales, es sustituido por el apoyo a las iniciativas de personajes como Pedro Durango Delgadillo y Martín de Fuica, partidarios de abrir un segundo puerto en la costa del océano Pacífico y colonizar el territorio, restituyendo así la gobernación de Esmeraldas como entidad administrativa. Este cambio de orientación conlleva hacer frente a la enemistad de los sacerdotes mercedarios, partidarios de la política de fronteras cerradas y a las autoridades de Lima, recelosas de los posibles efectos de este segundo puerto sobre su control de la producción de textiles. A ello se une el creciente recelo de las autoridades españolas. El giro de la política de la Real Audiencia se produce en un contexto en el que la política imperial en todo el continente estaba asumiendo el principio de fronteras cerradas como una forma de evitar los riesgos derivados del deficiente control de un territorio demasiado amplio. Esparcir ciudades y puertos por todo el territorio, se argumenta, supone debilitar las defensas continentales y proporcionar una oportunidad a los enemigos ingleses y holandeses que navegan por el océano Pacífico. Para defender su proyecto de apertura de caminos y colonización de la frontera esmeraldeña, Morga escribe una relación sobre la región de Esmeraldas, que es enviada a la corte española en 1620[40]. Es aquí donde sus argumentos aparecen más claramente expuestos.
Para Morga, como para Torres, las tierras bajas son una
región con identidad propia, definida a partir del paisaje. Pero esta
asociación se produce de una manera diferente, en el contexto de una narrativa
propia, diferente de la desarrollada por el mercedario. Morga comienza su
argumentación restando legitimidad a las acusaciones emitidas desde Lima para
desvirtuar su proyecto. Lo hace con un estilo conciso y lleno de referencias a
la documentación administrativa precedente. En un primer momento, según señala,
el príncipe de Esquilache, al entrar en el gobierno del Perú, lejos de oponerse
a sus proyectos en la frontera esmeraldeña, se dio por enterado de los mismos,
mostrándose satisfecho con las ventajas derivadas de los nuevos caminos. Estos
beneficios nunca habrían sido desmentidos, siendo únicamente soslayados por los
intereses particulares de los vecinos de Guayaquil. Un segundo punto en la
argumentación de Morga hace referencia a los temores del virrey respecto a un
posible ataque holandés a las nuevas fundaciones y el consiguiente riesgo que
los caminos suponían para la seguridad de Quito y su provincia. Ésta es la
parte más extensa de todo el documento. En ella Morga demuestra toda su
experiencia como funcionario colonial. Conocedor de que la frontera esmeraldeña
es únicamente una pieza más en enfrentamiento entre las potencias europeas,
Morga no se deja impresionar por las supuestas amenazas que podrían suponer
estos ataques. Toda la costa de América del sur, desde Chile hasta Panamá,
tiene abiertos muchos puertos y surgideros conocidos para todo tipo de navíos.
Los de la Audiencia de Quito, por su ubicación, resultan menos atractivos para
los enemigos.
Antonio de Morga ya había tenido experiencias de combate y por ello su preocupación por las defensas costeras contra ataques piratas y conocimiento en cuanto a la creación de nuevos puertos en Esmeraldas. En 1600 comandó una flota española para atacar a los corsarios holandeses que estaban bajo el mando de Olivier van Noort y que asediaban al puerto de Manila, en Filipinas. Su barco fue hundido, pero al final los españoles vencieron a los de Holanda.
Ilustración del hundimiento del buque insignia 'San Diego', tras una batalla con la nave holandesa 'Eendracht' en la bahía de Manila. Tomado del libro 'Peregrinationes', de Théodore de Bry (1603).
Ilustración del hundimiento del buque insignia 'San Diego', tras una batalla con la nave holandesa 'Eendracht' en la bahía de Manila. Tomado del libro 'Peregrinationes', de Théodore de Bry (1603).
Para sustentar su opinión, Morga acude a la historia. El puerto del río Santiago no entra dentro de las estrategias de holandeses e ingleses. En su argumentación, Morga admite que la frecuencia de estas incursiones ha aumentado y, en ocasiones, los corsarios han logrado capturar importantes presas frente a las costas de América. Señala, sin embargo, que las expediciones enemigas llegan hasta el Pacífico tras una navegación larga y costosa, a través del estrecho de Magallanes, por lo que, cuando se encuentran frente a los puertos españoles, su capacidad de combate está muy reducida. Inevitablemente, parte de los navíos se ha perdido en la travesía, las averías impiden que las embarcaciones puedan ser manejadas con soltura y, además, las enfermedades y las deserciones han disminuido tanto los efectivos, que éstos apenas se bastan para manejar los buques. Ni los piratas enemigos parecen tener la fuerza necesaria para asaltar las poblaciones, ni tampoco se ve qué interés tendrían en ello. En caso de que estos puertos fueran objetivo de algún capitán holandés, el régimen de corrientes del océano Pacífico forzaría a los asaltantes a un cambio de rumbo, lejos de sus rutas habituales. La consiguiente demora podría poner en peligro, a cambio de un pingüe beneficio, el desarrollo de toda la empresa. Por esta razón, Morga insiste en que los nuevos puertos difícilmente serán atacados, más allá de algunas partidas dispersas de corsarios o embarcaciones aisladas que las condiciones climatológicas han apartado de la compañía de sus flotas. Además, aun en caso de desembarcar, la naturaleza agreste de las comarcas vecinas a la costa es, según Morga, defensa suficiente para los emplazamientos serranos. Los nuevos puertos que pudieran abrirse como resultado de las gestiones realizadas en las tierras bajas por Martín de Fuica y Pedro Durango Delgadillo, nunca podrían servir como base para posibles expediciones hacia las tierras altas. En las cercanías de los mismos, los enemigos de la corona encontrarían serias dificultades para proseguir su camino hasta Quito.
. . . toda imposibilidad en subir la tierra adentro mayormente a Quito que son caminos cerrados de grandes pantanos y serranías muy despoblados y largos el que menos de cincuenta leguas desde la mar hasta Quito que en ninguna manera se pueden atravesar ni andar a pie ni en todos los tiempos del año a caballo ni tienen recaudo ni avío de las bestias ni bastimentos y para los españoles cuando lo andan se hace mucha prevención y muy costosa de la misma tierra adentro de que si acaso los navíos de enemigos tocasen puerto y temerariamente intentasen entrar con gente la tierra adentro con solo dejarlos sin otra resistencia se acabarían y consumirían a la primera jornada sin poder volver a salir ni quedarles fuerza para ello y cuando se contentasen con asolar la población del puerto este daño es tan poco por ser casas de paja y de tan poca costa y consideración que no habrían hecho nada...[41]
Las características de la región fronteriza juegan a favor
de los intereses españoles. La impenetrabilidad de la selva, lejos de ser un
obstáculo, constituye un activo a favor del proyecto de colonización. Lo mismo
ocurre con los pobladores de la región. Pese a los temores expresados por el
virrey, tampoco las poblaciones mulatas constituyen para Morga un riesgo
relevante. Tras décadas de guerras interétnicas, los mulatos se encuentran, en
1620, rodeados de parcialidades indígenas que les son hostiles. La distancia
entre sus poblados y los nuevos puertos que se quiere fundar en la Costa y la
existencia de estas rivalidades, limitan su margen de actuación. La población
de la frontera y el paisaje se imbrican en un solo argumento. Aun en el caso de
pretender aliarse con los holandeses, esa alianza tendría poca utilidad
práctica para unos y para otros:
... los mulatos y sus poblaciones en la bahía de San Matheo Coaque y Passado cuando el enemigo se pretendiera ayudar y ellos lo desearan hacer no pueden ni tienen puerto ni surgideros para tales navíos sus sitios y poblaciones están distantes del puerto de Santiago y provincia de las Esmeraldas más de veinticuatro leguas más arriba y por la tierra adentro mucho más por breñas y montañas dificultosas de pasar...[42]
El análisis de Morga inscribe la región de Esmeraldas dentro
del contexto del imperio español. La frontera es parte de un juego mundial que
supera a quienes viven en ella. El fundamento de las reflexiones de Morga es
muy sólido. Constantemente incorpora en el texto referencias a la documentación
oficial y a su propia experiencia como funcionario imperial durante más de
treinta años. Aunque asume los componentes centrales del discurso oficial, la
alteridad exacerbada y la esencialización del paisaje, estos argumentos
adquieren una funcionalidad diferente en sus manos. Sirven para apoyar un
proyecto político autonomista, contrario a las directrices de la corona ya los
intereses de sus representantes en Lima. En los discursos procedentes de
miembros de la élite criolla de Quito, como veremos a continuación, estas
diferencias son mayores.
CRISTÓBAL DE TROYA Y MARTÍN DE FUICA
El fracaso de la rebelión de las alcabalas en 1590 y la
posterior represión de sus inductores supone un punto de ruptura en la historia
de los grupos de poder en Quito[43].
La pérdida del derecho del cabildo a elegir alcaldes, vigente hasta el siglo
XVIII, implica un cambio en el balance de poder en el ámbito regional. Al menos
hasta 1650, la Real Audiencia se encuentra sin contrapesos importantes. Este
cambio político se produce paralelamente a la consolidación del modelo
económico basado en la producción y exportación de productos textiles. Como
resultado de ello, encontramos en la primera mitad del siglo XVII, una élíte
regional peculiar dentro del contexto americano, vinculada tempranamente al
comercio regional, pero con menos capacidad para influir políticamente que sus
homólogas de otras regiones[44].
Los dos elementos, la vocación comercial y la pérdida de poder político
regional, condicionan los discursos sobre el territorio y condicionan también
el proceso de formación de identidades regionales. En este apartado analizamos
dos autores ligados al mundo criollo de Quito: Cristóbal de Troya, heredero de
una de las primeras familias de encomenderos con intereses en la frontera
esmeraldeña, y Martín de Fuica, comerciante asentado en la ciudad tras una
larga carrera vinculada al comercio regional.
Aunque las representaciones que Troya y Fuica proyectan
sobre la región de tierras bajas tienen matices sustancialmente diferentes,
comparten una característica común: ninguno de estos dos autores vincula la
identidad de la región con el paisaje predominante en la misma. En sus textos
no encontramos ni alteridad radical, ni esencialización del paisaje. Esto no
quiere decir que no percibieran un tipo determinado de paisaje en la región o
que no lo consideraran diferente al paisaje que rodeaba las ciudades serranas.
Pero ni Troya ni Fuica consideraban que este paisaje "diferente"
determinara la vida de las personas que habitaban la región de manera absoluta.
No pensaban, como Morga y Torres, que las características pretendidamente
singulares del paisaje debieran determinar de manera absoluta la política de
las autoridades hacia la región.
Cristóbal de Troya recorre la frontera esmeraldeña en 1607,
es decir, en el momento inmediatamente posterior a la política de control
indirecto desarrollada por Sepúlveda[45].
Su misión, por encargo de la Real Audiencia, consiste en trazar el hipotético
itinerario de un futuro camino entre Quito y la desembocadura el río Santiago.
Troya ha nacido en Quito, en el seno de una familia de encomenderos bien
asentados en la región. Desde finales de la década de 1590, las autoridades
cuentan con él para diversas misiones, tanto en la Sierra como en las tierras bajas.
En sus textos es perceptible un marcado sentido de pertenencia respecto al
territorio que recorre. A diferencia de Torres, e incluso de Morga, no se deja
intimidar por el paisaje de las tierras bajas. No observa en él nada especial,
que le lleve a suponer que se trata de una región con una identidad particular
dentro del contexto de la Real Audiencia. Proyecta, por el contrario, una
mirada administrativa. Troya quiere medir el territorio, mensurado. Se preocupa
por conocer el trazado de los ríos que cruza, y reflexiona sobre los numerosos
caminos de origen indígena que atraviesan el territorio que recorre. Una de sus
principales obsesiones son los puentes, sobre cuya construcción reflexiona
varias veces a lo largo del texto. Como ha señalado Jacques Heers en su estudio
sobre los viajeros medievales en el extremo oriente, esta inquietud por la
construcción y conservación de puentes es una característica bastante frecuente
en la narrativa de los viajeros-funcionarios al servicio de las
administraciones imperiales[46].
Troya no es una excepción.
Paisaje de la selva ecuatoriana. Rafael Troya. Siglo XIX.
Mixta. Aceite y proteínas sobre tela.
Colección privada.
El texto de Troya está repleto de anotaciones referidas a la
forma de mejorar la viabilidad del trayecto, construyendo puentes o aplanando
colinas, hasta lograr un trazado transitable para las recuas de mulas y los carros
que deben transportar los productos de los comerciantes quiteños hasta la
Costa. La suya es una mirada funcional sobre el paisaje. El paisaje es un reto,
sí, pero no una prueba en el sentido místico del término. Troya mira, actúa y
reflexiona como antecesor de los ingenieros de caminos del siglo XVIII,
mensurando el espacio, tabulando el territorio con el fin de facilitar la tarea
administrativa de las autoridades. Durante todo el trayecto se preocupa por
recopilar cuanta información puede, trata de situar las referencias de viajeros
anteriores, incluso aunque este cometido le suponga recorrer distancias
innecesarias para a continuación volver sobre sus pasos. La diversidad de las
sendas indígenas que atraviesan el territorio entre la Costa y la Sierra, llama
también su atención. Desde la época prehispánica estas rutas habían sido
transitadas con frecuencia, dando lugar a un intercambio fluido de mercancías
entre las tierras altas y las tierras bajas[47].
Los diversos grupos étnicos de la región, sobre todo los yumbos situados al
oeste de Quito, actuaban como intermediarios en este comercio, llegando a
establecer circuitos comerciales de largo recorrido, que integraban regiones
distantes hasta la cuenca del Amazonas. Aunque tras la conquista la intensidad de
este intercambio disminuye, nunca desaparece por completo[48].
A comienzos del siglo XVII muchos de estos caminos siguen activos y Troya, una
vez más, se encarga de registrarlo.
En el curso de su marcha por la frontera esmeraldeña, Troya
propone mejoras en los recorridos y en la factura de las trochas. El proyecto
de la Real Audiencia para las tierras bajas pretendía hacer del nuevo camino
una ruta comercial, atractiva para los mercaderes de Lima, Quito y Panamá. El
trayecto debía ser transitable el mayor número de meses, no solo para personas
sino también para carretas, al menos en su tramo final entre las cabeceras de
los ríos y las ciudades serranas. Ésta es una característica que conforme
avanza el siglo se va haciendo presente con mayor fuerza en los diversos
proyectos planteados por las autoridades para controlar el territorio de la
frontera. De manera incipiente, se encuentra presente ya en el texto de
Cristóbal de Troya. Entre otras medidas, propone la construcción de nuevos
puentes que sustituyan a los existentes, casi siempre con corta vida útil al
estar construidos de bejucos. Sugiere, además, modificaciones en los recorridos
y el ensanchamiento de los caminos con el fin de reducir algunas de las fuertes
pendientes de los contrafuertes andinos. Al poco tiempo de iniciar su
expedición en la ciudad de Ibarra, encontrándose junto al río de Lita, señala
algunas observaciones al respecto:
... el río grande Lita es río muy caudaloso del tamaño del de Perucho pasámosle todos por un puente de bejucos que tiene nueve brazas de largo con la comba que la puente hacía de manera que se puede hacer en él una puente de madera que de ocho brazas sería bastante por tener sus fundamentos de peñas altísimas sobre lo que se había de hacer la dicha puente encima de ella de una y otra parte árboles grosísimos y grandísimos de mucha altura por ser la montaña abundantísíma de madera (...) habiendo debajo las dichas peñas que angostan más el dicho río y hueco de él por donde consta y parecerá será la puente más pequeña ... [49]
En su viaje a la frontera, Troya es un criollo al servicio
de la Real Audiencia. Con mayor autonomía actúa Martín de Fuica, quien recorre
la región varios años después, en las décadas de 1610 y 1620. Entre uno y otro
viajero, la rebelión malaba ha puesto fin a la frágil arquitectura levantada
por Sepúlveda para controlar la frontera esmeraldeña de manera indirecta. La
presencia de Fuica en Esmeraldas está vinculada con la política de Antonio de
Morga al frente de la Real Audiencia y con su proyecto de abrir un segundo
puerto en la costa del océano Pacífico. La ruta propuesta por Fuica atraviesa
las provincias de yumbos y niguas hasta llegar a la actual bahía de Caráquez.
Se sitúa, por lo tanto, en el extremo meridional del territorio de la
gobernación, casi en el límite ecológico que separa los bosques húmedos de las
regiones más secas, situadas en torno a la ciudad de Portoviejo.
A diferencia de Troya, Fuica no es un simple comisionado con
vistas a un hipotético proyecto futuro. Es un comerciante, que se juega en la
empresa toda su fortuna. Durante casi diez años negocia repetidamente con la
Real Audiencia las condiciones para financiar de su propio bolsillo la apertura
de este camino. Como compensación, exige ser nombrado gobernador del nuevo
puerto que se debe fundar, así como otros privilegios relacionados con el
comercio y con la explotación de la región. Integrada en este proyecto, la
narrativa de las tierras bajas que reflejan los escritos de Fuica, es el polo
opuesto de la naturaleza agreste e indómita descrita por Gaspar de Torres. Lo
que allí era hostil, aquí se convierte en un paisaje lleno de posibilidades
productivas. Fuica ve salinas desde donde transportar sal a Quito, pastos para
la crianza de ganado, tierras aluviales ideales para el cultivo de cereales. Aquí
las tierras bajas son una continuidad de las tierras cultivadas de los Andes,
un lugar natural para la expansión de la civilización. La naturaleza de las
tierras bajas no solo es prodiga en variedades vegetales y animales. El clima y
el temple de la tierra resultan también favorables para la vida humana. La
multiplicidad y la diversidad natural ya no son un obstáculo. Aunque las
tierras bajas son todavía inhóspitas, debido a la presencia de indios de
guerra, la naturaleza deja de ser una amenaza y se transforma en una
herramienta útil para la civilización del territorio.
Detalle del Govierno de Caraquez y alrededores en la Carta de la Provincia de Quito y de sus adyacentes, de
Pedro Vicente Maldonado. París, c. 1750.
A diferencia del discurso de Torres, donde la naturaleza era un obstáculo insalvable para la penetración del hombre blanco, las tierras bajas que Martín de Fuica describe en el curso de sus viajes, son un espacio acogedor, pleno de oportunidades para el desarrollo de una vida civilizada. Tanto en lo que se refiere a la ganadería como a la agricultura, los valles cercanos a la bahía de Caráquez, donde Fuica quiere fundar su puerto, presentan unas condiciones que todos los implicados en la empresa consideran envidiables. Uno de los testigos citados en la información levantada en 1619 señala:
...la dicha bahía [de Caráquez ] es de maravilloso temple la tierra sana abundante de mantenimientos y para criar todo género de ganado mayor y menor por la fertilidad de ella y hay tierras de pan sembrar y tan fértiles que es notorio que de una fanega de maíz se cogen trescientas y cuatrocientas fanegas y se dan otras legumbres de Castilla y de la tierra y se pueden plantar viñas y cañaverales y cacaotales y muchos géneros de frutas como las de la misma tierra así de Castilla como de ella -hay mucho pescado por ser toda la costa abundante de este genero y aparejada a grandes pesquerías...[50]
El tono de los textos de Fuica es casi exaltado en
ocasiones. Probablemente la intensidad de las descripciones y la reiteración
con que se insiste en los aspectos positivos de la región, responden a una
estrategia discursiva previamente preparada. El carácter estrictamente
utilitario de la empresa no se oculta a ninguno de los interlocutores. En cada
una de las tres capitulaciones establecidas entre Fuica y la Real Audiencia, en
1615, 1616 y 1619 el reparto de los beneficios económicos es el nudo de la
negociación. Esta insistencia representa una nueva manera de mirar la frontera
y una nueva manera de mirar la naturaleza de las tierras bajas. El discurso del
beneficio económico se sustenta en una descripción de la región fronteriza que
no presenta las tierras bajas como un territorio estéril o impenetrable, sino,
por el contrario, como una fuente de posibles oportunidades. Fuica busca a
través de su intervención en la frontera nuevas oportunidades para desarrollar
su profesión. Sus objetivos son variados: la crianza de ganado vacuno, la sal,
las tierras de la nueva población que pretende fundar, las pesquerías de la
región circundante, el monopolio de las actividades portuarias e, incluso, la
gestión de las aduanas reales que se deben establecer en la bahía de Caráquez.
Debido a sus limitados recursos, la Real Audiencia debe ceder en la mayor parte
de los puntos, limitándose a poner restricciones temporales para unas mercedes
que Fuica pretende perpetuas.
La documentación comprendida dentro de los procesos seguidos
por Fuica, abre una nueva forma de mirar la frontera. Fuica, sin embargo, no
actúa en solitario. La narrativa que estructura sus propuestas aparece
refrendada por diversos testigos en la información levantada en 1619, con
motivo del tercer intento de penetración en las tierras bajas[51].
Este apoyo se repite en otras oportunidades, antes y después. En 1616, durante
su segunda tentativa, se presenta ante las autoridades, acompañado de Diego de
Velasco, doctrinero de los pueblos de Coaque y Pasao en las cercanías de Bahía
de Caráquez. Pese a su cargo de doctrinero, Velasco era una persona de notable
instrucción, como lo demuestra el estilo mucho más prolijo de los documentos
que acompañan esta parte de la empresa[52].
Con el paso del tiempo, la participación de estos sectores es mayor. En 1619 la
instancia redactada por Fuica para solicitar por tercera vez licencia a la Real
Audiencia para abrir su camino hasta las tierras bajas, es casi una copia
literal del memorial presentado dos años antes por los caciques mulatos que
habían visitado Quito, solicitando a la Real Audiencia que se involucrara más
directamente en la región[53].
Significativamente la redacción directa de este memorial se debe a la pluma de
Cristóbal de Troya, cuya trayectoria en la región ya se ha señalado. Estas
coincidencias reflejan que su discurso respecto a la región, más que
individual, es resultado de un empeño colectivo. Los involucrados representan a
un sector importante de la población quiteña. La participación de diversas
personas en la elaboración de las descripciones de las tierras bajas, incluidas
en los documentos de Martín de Fuica y la colaboración efectiva prestada por
estas personas para el desarrollo de sus empresas, son indicio de la existencia
de una narrativa paralela respecto a la frontera esmeraldeña, que no comparte
los principios de alteridad exacerbada y esencialización del paisaje.
CONCLUSIONES
Durante los últimos años, diversos trabajos han analizado la
relación entre los discursos relativos a la naturaleza americana y a la
construcción de una narrativa imperial encaminada a legitimar la dominación
europea sobre el nuevo mundo. Sin embargo, aunque esta narrativa imperial es
parte integral del mundo intelectual de los siglos XVI y XVII, es solo una
parte de la realidad. Enfatizar excesivamente su importancia y coherencia puede
derivar en una visión demasiado esquemática del mundo colonial, opacando el
carácter conflictivo de una sociedad compleja, en donde conviven grupos con
intereses, proyectos y discursos muy diferentes.
La historia de las representaciones geográficas de la
frontera esmeraldeña es un capítulo de la historia de las representaciones
geográficas de las regiones selváticas del nuevo mundo. Una historia que pasa
por un momento clave a comienzos el siglo XVII, cuando se consolida la idea de
una oposición "por naturaleza" entre las tierras altas y las tierras
bajas del continente. En la Audiencia de Quito, la recepción de esta narrativa,
basada en los principios de alteridad exacerbada y esencialización del paisaje,
es desigual. Su desarrollo se superpone sobre otras tradiciones preexistentes o
en proceso de desarrollo, que en ocasiones representan mejor los intereses y la
sensibilidad de los autores que escriben desde Quito sobre la región
occidental. El resultado es una síntesis, en la cual son reconocibles tanto los
principios de la narrativa oficial, como discursos paralelos que remiten a
otras representaciones de la naturaleza y el paisaje. En todos estos discursos
sin embargo, un rasgo común: a comienzos del siglo XVII, de una u otra manera,
el proceso de creación de identidades regionales dentro del sistema colonial se
articula a partir de reflexiones sobre el paisaje americano. En cada uno de los
cuatro autores analizados: Gaspar de Torres, Antonio de Morga, Cristóbal de
Troya y Martín de Fuica, el paisaje juega un papel central dentro de las
estrategias argumentativas[54].
Más allá de esta coincidencia, a comienzos del siglo XVII,
es más lo que separa a los discursos sobre la frontera esmeraldeña, que aquello
que comparten. La narrativa oficial sobre las fronteras selváticas se encuentra
vinculada a un cambio en la estrategia imperial hacia estas regiones, tendente
a poner límites a la expansión de las colonias americanas. Únicamente el relato
de Gaspar de Torres, sacerdote mercedario, se adecua a esta narrativa. En el
resto de los autores las discrepancias pueden articularse, en el plano
discursivo, de dos maneras: aceptando los principios de alteridad exacerbada y
esencialización del paisaje, pero dotándolos de una lectura política diferente,
o bien matizando su importancia con la introducción de otras variables
(cultural, social, etc.).
El primer caso es el de Antonio de Morga, presidente
de la Real Audiencia cuyo proyecto personal pasa por la apertura de un segundo
puerto en el océano Pacífico, más útil para Quito que el lejano puerto de
Guayaquil. Para sostener este proyecto frente a la oposición de los virreyes de
Lima, Morga retrueca el significado de los principios de alteridad exacerbada,
convirtiendo el paisaje selvático en un muro de defensa frente a los enemigos
del imperio español. En los casos de Cristóbal de Troya y Martín de Fuica,
vinculados al mundo criollo de Quito, las diferencias con la narrativa oficial
son mayores. En lugar de alteridad encontramos aquí una clara voluntad de
apropiación del paisaje. La selva no es un límite, sino el espacio al que se
proyectan aspiraciones de mejora, tanto individuales como colectivas. No es una
amenaza para civilización, como quería el discurso oficial, sino una promesa
para la extensión de la misma. El papel reservado a las poblaciones que habitan
el territorio, indígenas y mulatos, ejemplifica bien estas diferencias. Si en
las visiones de Torres y Morga estos pobladores jugaban un papel destacado,
aunque subalterno, en los casos de Troya y Fuica, simplemente no existen, salvo
como referente pasado.
Desde el lado criollo, asistimos de esta manera al
vaciamiento del territorio que es inmediatamente anterior a su apropiación
conceptual por parte de quienes comienzan a considerarse los nuevos
"señores naturales" de la región. Durante el siglo XVIII y hasta el
final del período colonial, la coexistencia entre estas dos líneas de
pensamiento referidas no solo a la frontera esmeraldeña, sino a la mayor parte
de las fronteras españolas de América, va a ser una constante. La frontera, y
en especial la selva, continua siendo límite, espacio de proyección, amenaza y
promesa.
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Este trabajo fue tomado de la siguiente dirección:
Publicado originalmente en Procesos: revista ecuatoriana de Historia. No. 23 (I Semestre, 2006) pp. 7-38.

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NOTAS
[1]
Mart Stewart, “Environmental History: A profile of a Developing Field”, en The Hístory Teacher, vol. 31, No. 3,
1988, pp. 238-351.
[2] En
todos los casos, se trata de documentos producidos con fines administrativos,
es decir, inicialmente destinados a su lectura en círculos restringidos. Debido
a ello, probablemente resultan más representativos respecto a los sentidos
comunes y representaciones manejados por los actores de la sociedad
hispano-criolla quiteña, que las grandes obras de pretensiones literarias publicadas
en ese mismo tiempo. Esto, por supuesto, no quiere decir que las obras
literarias no sean importantes para el análisis de los procesos de conformación
del conocimiento geográficos y de las representaciones del territorio. Lo que
quiero resaltar es que, al tratarse de elaboraciones ad hoc, estas grandes
obras terminan siendo discursos más individuales y autoconscientes, por lo que
su representatividad respecto al conjunto debe ser analizada cuidadosamente en
cada caso. Un interesante debate respecto a estos elementos, se puede encontrar
en dos trabajos clásicos referidos a los procesos conformación del conocimiento
geográfico durante el dominio colonial británico en India, en Christopher A.
Bayly, Empíre and Informatíon:
Intelligence Gatheríng and Social Communication in India, 1780-1870,
Londres, Cambridge Uruversity Press, 1996; y Matthew H. Edney, Mapping an Empire: The Geographic
Construction of British India, 1765-1843, Chicago, University of Chicago
Press, 1997,
[3] Una
caracterización muy útil de los diversos pisos ecológicos de la ladera
occidental de los Andes se puede encontrar en Frank Salomon, Los señores étnicos de Quito en la época de
los incas, Otavalo, Gallocapitán/lnstituto Otavaleño de Antropología, 1980.
Una reconstrucción sobre la ecología de la región en el momento de la llegada
de los españoles consta en Fernando Hidalgo, Los antiguos paisajes forestales del Ecuador. Una reconstrucción de sus
primitivos ecosistemas, Quito, Abya-Yala, 1998.
[4] El
manejo de las selvas tropicales por las poblaciones nativas, incluyendo
numerosas referencias a la región de Esmeraldas, aparece bien descrito en
Benhur Ceron, El manejo indígena de la
selva pluvial tropical. Orientaciones para un desarrollo sostenido, Quito,
Abya-Yala, 1991.
[5]
Según señala Cabello Balboa, en referencia a los campaces que encuentra cerca
de la costa durante su entrada a finales de la década de 1570: “No es gente que
reconoce cacique principal, antes es todo confusión, aunque se acaudillan bien
contra cualquier enemigo común”, en Miguel Cabello Balboa, Descripción de la provincia de las Esmeraldas, Madrid, Consejo
Superior de Investigaciones Científicas, 2001, p. 46.
[6] Al
respecto, véase Galo Ramón, El poder y
los norandinos: la historia en las sociedades norandinas del siglo XVI,
Quito, Centro Andino de Acción Popular, 1990; Carlos Landázuri, Los curacazgos pastos prehispánicos:
agricultura y comercio, siglo XVI, Quito, Banco Central del Ecuador, 1995;
y Frank Salomon, Los señores étnicos...
[7]
Chantal Caillavet, “La sal de Otavalo. Continuidades indígenas y rupturas
coloniales”, en Chantal Caillavet, Etnias
del norte: etnohistoria e historia del Ecuador, Quito, Casa de
Velásquez/Instítuto Francés de Estudios Andinos/Abya-Yala, 2000.
[8]
Según señala Alcina Franch, siguiendo a Cabello Balboa, los desembarcos habían
sido dos: el primero hacia 1540-1541, en la bahía de San Mateo, dirigido por
Andrés Mangache, y el segundo en 1553, en la región conocida como el Portete,
dirigido por Alonso de Illescas: José Alcina Franch, “Introducción”, en Miguel
Cabello Balboa, Descripción de la
provincia de las Esmeraldas, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones
Científicas, 2001, p. 21.
[9] La
principal fuente para el estudio temprano de estas comunidades de mulatos es la
relación del padre Cabello Balboa (1583). Un estudio completo de ésta y otras
fuentes tempranas está en los trabajos de Rocío Rueda Novoa: “La ruta a la Mar
del Sur: un proyecto de las élites serranas en Esmeraldas (siglo XVIII)”, en Procesos: Revista ecuatoriana de Historia,
No. 3, II semestre, 1992, Quito, pp. 33-53; Zambaje
y autonomía: historia de la gente negra de la provincia de Esmeraldas,
Quito, Abya-Yala, Municipalidad de Esmeraldas, 2001 y “La crónica de Miguel
Cabello Balboa: evangelización y reducción de los negros de Esmeraldas y el
proyecto económico de la Real Audiencia de Quito. Siglos XVI-XVII”, en Scarlett
O'Phelan Godoy y Carmen Salazar-Soler, edits., Passeurs, mediadores culturales y agentes de la primera globalización
en el Mundo Ibérico, siglos XVIXIX, Lima, Pontificia Universidad Católica
del Perú/Instituto Riva Agüero/Instituto Francés de Estudios Andinos, 1992, pp.
55-88. Véase también Adam Szászdi, “El Trasfondo de un cuadro: ‘Los Mulatos de
Esmeraldas’ de Andrés Sánchez Galque”, en Cuadernos
Prehispánicos, No. 12, 1986, pp. 93-142; Josefina Palop Martínez, “Asentamientos
de indios y mulatos en la provincia de Esmeraldas durante el siglo XVII”, en Primer encuentro europeo de investigadores
de la Costa ecuatoriana en Europa: arqueología, etnohistoria, antropología
sociocultural, Quito, Abya-Yala, 1995; Rafael Savoia, “El negro Alonso de
Illescas y sus descendientes (entre 1553 y 1867)”, en Actas del Primer Congreso de Historia del Negro en el Ecuador y el sur
de Colombia, Esmeraldas, 1998, y José Alcina Franch, “Introducción”. Dos
documentos conservados en el Archivo el Duque del Infantado de Madrid, permiten
seguir en detalle episodios concretos de las hostilidades entre los grupos
mulatos de la Costa y las poblaciones yumbo del interior de la región selvática
entre 1605 y 1607 (Archivo del Duque del Infantado, sección 2, libro 15,
expedientes 6 y 7). Estos documentos han sido analizados por Frank Salomon en Los yumbos, niguas y tástchila o colorados
durante la colonia española: etnohistoria del noroccidente de Pichincha, Quito,
Abya-Yala, 1997, pp. 57 y ss.
[10]
Esta era, a comienzos del siglo XVII, la opinión predominante en Quito. En 1600,
Pedro de Arévalo señala: “los cuales [mulatos] se mezclaron entre los dichos
indios y tomaron sus ritos y ceremonias y traje, y las mujeres que les pareció
de las más principales y cacicas y se fueron apoderando y señoreando de aquella
tierra e indios de ella”. “Relación del viaje efectuado por Pedro de Arévalo en
compañía de Illescas”. Archivo General de Indias, Sección Gobierno, Audiencia
de Quito, legajo 25 0600-12-20). En Adelante AGI, Quito, 25.
[11]
La alianza entre los caciques mulatos y las autoridades coloniales data de la
entrada de Cabello Balboa, en Rocío Rueda Novoa, “La crónica de Miguel Cabello
Balboa”. Posteriormente, durante la entrada de López de Zúñiga, nuevamente se
plantea esta posibilidad. Alonso de Espinosa, “Relación de lo sucedido en la
jornada de las Esmeraldas”, en José Rumazo González, Documentos para la historia de la Audiencia de Quito, Madrid,
Afrodisío Aguado, vol. IV, 1949.
[12]
La historia de las poblaciones afroamericanas de Esmeraldas tiene aún muchos
puntos oscuros. En los últimos años ha emergido una narrativa con cierta carga
romántica, que trata de presentarlos como un ejemplo de organización social
semiautónoma, con conciencia de sus diferencias étnicas. La autonomía había
cristalizado en la existencia de cacicazgos más o menos consolidados, que
agrupaban a los pobladores mulatos del área. Sin embargo, las fuentes nos
muestran también la existencia de mulatos que no estaban sometidos a estos
cacicazgos y que, por el contrario, se mostraban opuestos al liderazgo ejercido
por Arobe e Illescas. Es el propio Illescas quien en 1600 advierte a un grupo
de españoles que trataban de alcanzar Portoviejo, viajando por la costa en
dirección sur “dándonos aviso que nos guardásemos de ciertos mulatos cimarrones
que había en aquel camino”, en “Relación de Alonso Sánchez de Cuellar ante la
Real Audiencia de Quito”. AGI, Quito 25 (1600-07-29).
[13] Véanse
Kris Lane, “Captivity and Redemption: Aspects of Slave Life in Early Colonial Quito
and Popayán”, en The Americas, vol.
57, No. 2, 2000, pp. 225-246; Kris Lane, Quito,
1599. City and Colony in Transition, Albuquerque, University of New Mexico
Press, 2002 y Chantal Caillavet, “Antropofagia y Frontera: el caso de los Andes
septentrionales”, en Chantal Caivallet y Ximena Pachón, comps., Frontera y poblamiento: estudios de historia
y antropología de Colombia y Ecuador, Bogotá, Instituto Francés de Estudios
Andinos/Instituto de Investigaciones, 1996.
[14]
Se puede ver, como ejemplo al respecto, la historia de la frustrada población
de Castro, narrada en Bartolomé Martín. M. de Carranza (atribuido), “Relación
de las provincias de Esmeraldas que fue a pacificar el capitán Andrés Contero”,
en Pilar Ponce Leiva, Relaciones
Histórico Geográficas de la Audiencia de Quito, Madrid, Consejo Superior de
Investigaciones Científicas, vol. 1, 1995. En adelante RHGAQ.
[15]
El trabajo más completo al respecto sigue siendo el de R. B. Tyrer, The Demographic and Economic History of the
Audiencia oE Quito: lndian Population and the Textile lndustry, 1600-1800,
Ph.D. dissertation, University of California, Berkeley, 1976 (hay traducción al
castellano: Historia demográfica y
económica de la Audiencia de Quito, Quito, Banco Central del Ecuador,
1981).
[16]
Sabemos ahora que la historia de la mano de obra en la región central de los
Andes es de gran complejidad, y en ella intervienen no solo las autoridades coloniales,
sino también las estrategias de poder de los grandes y pequeños caciques
indígenas de la región. Al respecto, véase Karen Powers, Prendas con pies: migraciones y supervivencia cultural en la Audiencia
de Quito, Quito, Abya-Yala, 1994.
[17]
Sobre estos proyectos tempranos, véase Rocío Rueda Novoa, La ruta a la Mar del Sur...
[18]
“Carta del padre Joan de Salas al rey”. AGI, Quito 830590-02-24).
[19]
Sobre los caciques Tulcanaza se presentan algunos testimonios en Eduardo
Martínez, Cacique García Tulcanaza,
Quito, Editora Andina, 1983.
[20]
“Mención y lista de la Hacienda Real que el rey nuestro señor tiene en esta
provincia de San Francisco del Quito y que ordinariamente suele y deben entrar
en su caja y estar a cuenta y cargo de sus oficiales reales que en ella
residen”, en Archivo Nacional de Historia (Quito), Real Hacienda, caja 39,
Libro de acuerdos de la Real Hacienda de 1601, frank 4-7. Hay que considerar,
sin embargo, que la mayor parte de estas gobernaciones eran meramente
nominales. Solo Luis y Alonso Gualapiango, en Lita, y el cacique García Tulcanaza,
más al norte, parecen haber ejercido durante cierto tiempo un control efectivo
sobre las parcialidades que les son señaladas bajo su gobierno.
[21]
Esta tesis se desarrolla más ampliamente, aunque con matices que no siempre
coinciden con mi percepción del asunto, en los diversos artículos incluidos en
Thierry Saignes, France-Marie Renard-Casevitz y Ann Christine Taylor, Al este de los Andes: relaciones entre las
sociedades amazónicas y andinas entre los siglos XV y XVII, Quito, Lima,
Abya-Yala/lnstituto Francés de Estudios Andinos, 1988.
[22]
Al respecto, Porras Barrenechea anota la escasa sensibilidad de los primeros
cronistas de Indias respecto al paisaje, ejemplificada en el caso de Gaspar de
Carvajal, en cuya crónica sobre el viaje de Orellana a través del Amazonas no
aparece en ningún momento el adjetivo “verde”, Raúl Porras Barrenechea,
“Estudio introductorio”, en José de la Riva Agüero, Paisajes peruanos, Lima, Pontificia Universidad Católica del Perú,
1969. Sobre las primeras representaciones del paisaje americano y sus
antecedentes en el universo de los imaginarios geográficos europeos, véase
Emanuel Amodio, Formas de alteridad:
construcción y difusión de la imagen del indio americano durante el primer
siglo de la conquista de América, Quito, Abya-Yala, 1993; y Teresa Gisbert,
El paraíso de los pájaros parlantes: la
imagen del otro en la cultura andina, La Paz, Plural Editores/Universidad
Nuestra Señora de la Paz, 1999
[23]
Sobre la influencia de Cieza de León en la construcción de la narrativa
imperial relativa a las fronteras y su carácter de correa de transmisión de
muchas de las representaciones geográficas de la élite imperial cuzqueña, véase
Chantal Caillavet, “Entre sierra y selva: las relaciones fronterizas y sus
representaciones para las etnias de los Andes septentrionales”, en Anuario de Estudios Americanos, vol. 46,
1989; también Luis Millones Figueroa, Pedro
de Cieza de León y su crónica de Indias: la entrada de los incas en la historia
universal, Lima, Instituto Francés de Estudios Andinos/Pontificia
Universidad Católica del Perú, 2001, aunque no trata específicamente el tema de
la frontera.
[24]
Al respecto, sobre esta lectura de Cieza, véase Frank Salomon, Los señores étnicos...
[25]
En estos años se produce un repliegue en todas las fronteras tropicales de la
Audiencia de Quito. En 1599, la revuelta de los indígenas shuar, llamados
jíbaros por los españoles, supone la destrucción de la ciudad de Logroño, en la
provincia de Macas. En 1608, los indios quijos, quienes ya se habían levantado
en 1578 en las ciudades de Ávila y Archidona, nuevamente se rebelan contra la
presencia en su territorio de colonos hispano-criollos, obligando al repliegue
de la mayor parte de la población.
[26] Michael
Uzandoski, “The Horizontal Archipelago: The Quijos/Upper Napa Regional System”,
en Ethnohistory, vol. 51, No. 2,
2004, pp. 317-357. Este autor enfatiza la existencia de lo que denomina un
modelo característico “archipiélago horizontal” que vincula las parcialidades
de las tierras altas y las del pie de monte oriental andino en la previa e
inmediatamente posterior a la conquista europea. Sobre los efectos de la
revuelta de 1578 señala: “La rebelión marcó el punto final del colapso de la
gobernación como una entidad social viable tanto para los pueblos indígenas
como para los colonizadores. Antes de la rebelión, la región estaba severamente
despoblada, desestructurada y ‘subdesarrollada’. Los españoles no
reconstruyeron las ciudades destruidas. La población indígena, temiendo las
enfermedades y las represalias, abandonó la región (…) Geográfica y socialmente,
más que en un proyecto colonial Quijos se convirtió en una frontera”, p. 324.
La traducción es nuestra.
[27]
Ann Christine Taylor y Carlos Landázuri, Conquista
de la región jíbaro, 1550-1650: relación documental, Quito, MARKA/IFEA/
Abya-Yala, 1994.
[28]
Durante la época colonial no existe nunca una política integral referida a los
territorios de frontera. Se puede hablar, en todo caso, de tendencias
predominantes en una u otra época. Aunque los ritmos no coinciden en todas las
regiones, es claro que, a comienzos del siglo XVII, se observa una tendencia al
repliegue y a la apuesta por estrategias de control indirecto, basadas en la
alianza con actores locales. Sobre Nueva España, pueden verse en D. Weber, The Spanish Frontier in North America,
New Haven, Yale University Press, 1992 (hay traducción al castellano: La Frontera española en América del Norte,
México, Fondo de Cultura Económica, 2000); y D. Weber, edit., New Spain's Far Northern Frontier: Essays on
Spain in the American West, 1540-1821, Albuquerque, University of New
Mexico Press, 1979. Sobre el caso de Chile, véase S. Villalobos, La vida fronteriza en Chile, Madrid,
Mapfre, 1992. En lo referido a las fronteras selváticas, Thierry Saignes, Frank
M. Renard-Casevitz y Ann Christine Taylor, Al
este de los Andes; y más en detalle, para el caso concreto de Santa Cruz de
la Sierra, J. M. García Recio, Análisis
de una sociedad de frontera. Santa Cruz de la Sierra en los siglos XVI y XVII,
Sevilla, Diputación Provincial de Sevilla, 1998.
[29] Heidi
V. Scott, “Contested territories: arenas of geographical knowledge in early
colonial Peru”, en Journal ol Historical
Geography, vol. 29, No. 2,2003, pp. 166-188. La autora aplica este concepto
a la mirada del paisaje reflejada en los escritos vinculados a los procesos de
extirpación de idolatrías en la sierra central de Perú.
[30] Eduardo
Kohn, “Infidels, Virgins, and the Black-Robed Priest: A Backwoods History of
Ecuador's Montaña Regíon”, en Ethnohistory,
vol. 49, No. 3, 2002, pp. 545-582. Este autor señala, además, la apropiación de
este discurso por parte de la población aborigen en el contexto de cambio
social y cultural que sigue a la desarticulación del modelo espacial
precolombino, y su sustitución por el modelo espacial colonial, que desvaloriza
la región intermedia entre la Sierra y la selva. Los grupos cofán y sus
posibles sucesores, habitantes de la actual población de Oyacachi,
incorporarían estos principios de diversas maneras en una tradición oral
parcialmente vigente hasta nuestros días. Sin embargo, se trataría de una
apropiación activa, que reformula e invierte muchos elementos, hasta generar un
cartografiado moral (moral mapping)
del territorio muy diferente a la propuesta original de los misioneros de
comienzos del siglo XVII.
[31]
Como ya se ha señalado, al igual que no existe una política “oficial” sensu stricto referida a las fronteras
imperiales, tampoco existe una narrativa “oficial” sensu stricto sobre estos territorios. Utilizo este adjetivo para
identificar un conjunto de representaciones asumidas “habitualmente”, y “de
manera cada vez más frecuente”, por parte de las autoridades coloniales,
primero en Europa y después también en América, para justificar la adopción de
determinadas políticas, a partir de una reflexión concreta sobre el territorio
americano.
[32] Myra Jehlen, « History before
the Fact; or, Captaín John Smith Unfinished Symphony », en Critical Inquiry, vol. 19, 1993, pp.
677-692.
[33]
Según Rueda Novoa, este apoyo estaría vinculado con el deseo de conservar el
monopolio de los sacerdotes sobre la mano de obra indígena de la región,
utilizada para el provechoso comercio de productos tropicales entre los
establecimientos mercedarios y Quito. Al respecto, véase Rocío Rueda Novoa, Zambaje y autonomía:...
[34]
El relato del viaje de Torres por la región se compone de dos partes. En la
primera, el sacerdote hace una somera relación de los territorios por los
cuales atraviesa, anotando las incidencias del camino y los diferentes pasos
que lleva a cabo para cumplir con la misión encomendada por las autoridades de
Quito. La segunda parte del documento contiene los libros de bautismo de las
dos doctrinas fundadas en el transcurso del viaje: Espíritu Santo y Nuestra
Señora de Guadalupe. En estos libros se hace una relación de todos los
indígenas bautizados, mencionando cada uno de ellos por su nombre y lugar de
residencia. En ocasiones se incluyen también referencias a los lazos de
parentesco o de dependencia existentes entre unos grupos y otros. El texto ha
sido trascrito casi por completo en Hugo Burgos, Primeras doctrinas en la Real Audiencia de Quito (1570-1640),
Quito, Abya-Yala, 1995
[35]
Gaspar de Torres, “Memorial de las cosas notables y sucesos que en este viaje
de la conversión de los naturales de la provincia de Cayapa y Cumaha de don
Diego Natinquila y de Aguatene y Hullío nos sucediere a mí Gaspar de Torres de
la orden de nuestra señora de las mercedes, ya don Alonso Gualapiango gobernador
y curaca de Lita (598)”, en Hugo Burgos, Primeras
doctrinas..., p. 323. Aquí se señala, por ejemplo: “…los árboles frutales
de esta tierra son: caimitos, paltas, palmas que llevan chontaduros a manera de
dátiles, hay plátanos, hay pacaes de dos géneros: unos rollizos a manera de
cohombros largos y otros anchos y tienen zapallos, piñas, maíz, yucas, comales,
tienen coca y algodón, y pescado de muchos géneros en el río grande, de escama
y otros de cuero negro, a manera de peces de Castilla, otros con unas conchas a
manera de armadillos son un poquillos grandes, otros bagrecillos en los
riachuelos pequeños, hay otros pescaditos pequeños larguitos pintaditos, a
manera de culebras, hay camarones como los de la mar, en las quebradillas
pequeñas entre las piedras, no hay mucha cantidad de ellas, hay apancoras, hay
cangrejos por otro nombre, hay papagallos, hay pavas, hay tórtolas, hay otros
pájaros negros que comen el maíz, hay micos, hay venadillos de monte, hay
pumas, hay tigres, hay muchos géneros de pajaritos en estas montañas que por no
ser prolijo no pongo cada uno de su género, hay puercos de monte...”.
[36]
Chantal Caillavet, “Entre sierra y selva...”.
[37]
Señala: “...llegamos a hacer dormida a un cerro llamado Malbucho que por otro
nombre, le llaman los naturales tierra de víboras, y los indios amigos vieron
en el camino algunas y mataron una; y junto donde hicimos ranchería o casa por
nombre, picó una víbora en la mano a un amigo nuestro que llevaba una
carguilla, y el remedio que le di, después de Dios, fue que hiciese un hoyo en
la tierra y metió allí el brazo y mano y con esto fue Dios servido que no
peligró ...”. Gaspar de Torres, “Memorial de las cosas notables”, p. 320.
[38]
Para defender la política de fronteras cerradas, Torres es muy explícito en dos
asuntos clave: cuando reflexiona sobre las posibilidades de abrir un camino a
través de la frontera y cuando hace referencia a la pretendida potencialidad
aurífera de la región: “...es de mucha aspereza la tierra por los ríos y
quebradas que en ella hay, como tengo dicho en otros capítulos de arriba, en
que no se podrá hacer camino para a caballo para la mar, por los inconvenientes
dichos, y no haber tierra de sabana ninguna en todo lo que alcanza la vista
hacia la parte del mar, y por noticia que tengo ser lejos y haber indios de
guerra que se llaman malabas y briscopos y cacamales...”. Gaspar de Torres,
“Memorial de las cosas notables”, p. 330. También: “Yo y don Alonso Gualapiango
fuimos a Malbucho, llevamos cuarenta indios a la quebrada y cerro de oro, que
dijo Juan Baes, por petición de la Real Audiencia y a todos los de Quito, y
buscamos y no hallamos grano de oro en toda aquella quebrada y vimos las catas
que dio Juan Baes, y todo fue margarita la que vimos y, ni más ni menos, fuimos
a otra quebrada donde dice un indio Juan Guayocondo, que está en coto callao y ni más ni menos dimos
catas y no hallamos grano de oro; todo ha sido embustes lo que han dicho…”. “Carta
de Gaspar de Torres al rey. Pueblo del Espíritu Santo, marzo 9 de 1598”,
reproducida en Hugo Burgos, Primeras
doctrinas, p. 368. La cursiva corresponde al editor.
[39]
El trabajo más completo sobre Antonio de Morga sigue siendo John L. Phelan, The Kingdom oi Quito in the Seventeenth
Century: Bureaucracic Politics in the Spanish Empire, Madison, WI,
University of Wisconsin, 1967 (hay traducción al castellano: El reino de Quito en el siglo XVII,
Quito, Banco Central del Ecuador, 1995).
[40] “Parecer
de Antonio de Morga, presidente de la audiencia de Quito a Su Majestad, en la
controversia que ha tenido con el virrey de Perú acerca de los inconvenientes
que aquél encuentra en la prosecución del camino nuevo de las Esmeraldas”. AGI,
Quito 10 (1620-04-01).
[41] Ibíd. J frank 9v -10r.
[42] Ibíd., frank 11r.
[43]
Sobre esta rebelión, véase Bemard Lavalle, Quito
y la crisis de la alcabala (1580-1600), Quito, Instituto Francés de
Estudios Andinos/Corporación Editora Nacional, 1997.
[44]
El estudio más sistemático sobre la élite quiteña del siglo XVII es el de Pilar
Ponce Leiva, Certezas ante la
incertidumbre: élite y cabildo de Quito en el siglo XVII, Quito, Abya-Yala,
1998.
[45]
“Relación del camino y puerto de la Mar del Sur por Cristóbal de Troya,
corregidor de San Miguel de Ybarra”. AGI, Quito 27 0607-05-03). Citado por José
Rumazo González, Documentos..., tomo
IV.
[46]
]acques Heers, Marco Polo, Barcelona,
Folio, 2004, pp. 220, 221.
[47]
Al respecto, véase Frank Salomon, Los
señores étnicos... , y Chantal Caillavet, “Territorio y ecología del grupo
prehispánico otavalo”, en Chantal Caivallet y Ximena Pachón, comps., Frontera y poblamiento...
[48]
La existencia de esta red viaria, paralela a los proyectos de apertura de
caminos promocionados por las autoridades coloniales, ha sido señalada en
ocasiones como a una de las causas del relativo fracaso de esta política. Ésta
es la tesis sostenida en el único estudio específicamente dedicado al tema:
Frank Salomon, “Yumbo-ñan: la vialidad indígena del noroccidente de Pichincha y
el trasfondo aborigen del camino de Pedro Vicente Maldonado”, en Cultura, revista del Banco Central del
Ecuador, vol. 8, No. 24, 1986, Quito, pp. 611-626.
[49]
“Relación del camino y puerto de la Mar del Sur por Cristóbal de Troya,
corregidor de San Miguel de Ybarra”. AGI, Quito 27 (1607-05-03), frank 2v.
[50] Martín
de Fuica,”"Memorial de Martín de Fuica para el presidente de la Audiencia
de Quito. Relación del viaje que hizo de Quito a Puerto Viejo. Compañía con
Fray Diego de Velasco. La información de los mulatos. El puerto de Caracas. El
camino de Aloa y Canzacoto. Peticiones y condiciones sobre reducciones de
indios, et Carlos, Quito, noviembre 9 de 1619”, en José Rumazo González, Documentos..., tomo IV, p. 124.
[51]
Martín de Fuica, “Información de Martín de Fuica sobre el camino a la bahía de
Caracas. Quito, diciembre 3 de 1619”, en ibíd.
[52]
Según la biografía del padre Velasco que Joel Monroy incluye en su texto sobre
la labor de los padres mercedarios en las tierras bajas, éste había nacido y
profesado en España. Con posterioridad a su estancia en la bahía de Caracas, en
1618 es nombrado secretario del padre vicario general Melchor Prieto. También
en 1618 es nombrado provincial del Cuzco. En 1621 es llamado a España y
posteriormente enviado a Roma como Procurador General de Castilla y Andalucía.
En 1632 es nombrado Procurador General de toda la orden y un año después
Redentor de África. En 1639 en nombrado Vicario General de México, Guatemala y
Santo Domingo. Finalmente, muere en Madrid en julio de 1648. Al respecto, véase
Joel Monroy, Los religiosos de la Merced
en la costa del Antiguo Reino de Quito, Quito, Labor, 1935.
[53] Martín
de Fuica, “Memorial”. El memorial en cuestión es de Cristóbal de Troya, “Memorial
de los mulatos Juan, Baltasar y Jerónimo de Illescas, Juan de Barrio, Gonzalo y
Pedro de Arévalo, de Coaque y Cabo Pasado, sobre el camino descubierto por
Martín de Fuica, Quito, septiembre de 1617”, en José Rumazo González, Documentos..., tomo IV. Cristóbal de
Troya es el autor material de este documento, según consta por firma al final
del mismo.
[54] Lo
mismo ocurre en otras regiones de la América española, donde la reflexión sobre
el paisaje es la clave para entender la incipiente conciencia criolla que
comienza a manifestarse durante estos años. Véase al respecto los trabajos
incluidos, en Bernard Lavalle, Recherches
sur l'apprition de la conscíence creole dans la více-royaute du Perou:
l'antagrisme híspanocreole daus les ordres religieux (XV éme-XVII éme siec1es),
Lille, Universite de Lille, 1982; y Las
promesas ambiguas: ensayos sobre el criollismo colonial en los Andes, Lima,
Instituto Riva-Agüero, 1993, del mismo autor.
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