Por Galaxis Borja González*
Familia, honor y poder: la nobleza de la ciudad de Quito en la época colonial tardía es una traducción de la tesis de doctorado presentada por Christian Büschges en el área de Estudios Ibéricos y Latinoamericanos de la Universidad de Colonia en 1995. Cuatro anexos al final de la publicación, así como una amplia lista de fuentes documentales y de bibliografía completan el estudio.
Büschges propone un análisis de la nobleza quiteña desde una doble perspectiva: como grupo social, constituido por relaciones económicas con funciones sociales específicas; y como concepto, es decir, como una construcción identitaria sustentada en las categorías premodernas de prestigio, linaje y honor. Los objetivos del estudio son aportar a las discusión teórica sobre los “fundamentos de la estructura social y de su percepción contemporánea, para aclarar la importancia y la función de la nobleza al interior de la sociedad global” y “definir el sitio histórico de la sociedad quiteña del período colonial tardío en el proceso de transformación de la temprana Edad Moderna [...]”. (p. 28).
Para comprender mejor los alcances y limitaciones del libro aquí comentado, es necesario ubicarse en el debate que a mediados de 1990 tuvo lugar entre la historia social y lo que a partir de entonces se llamaría la nueva historia cultural. Dos son los aportes centrales de esta contienda historiográfica, que aun sin estar presentes de manera explícita en el texto de Büschges, subyacen en su interpretación: el cuestionamiento a las posiciones esencialistas identitarias y el énfasis en los aspectos relacionales y comunicativos de la realidad histórica. No es, sin embargo, desde los postulados culturalistas que el historiador alemán y actual profesor en la Universidad de Bielefeld, emprende su estudio de la nobleza quiteña, sino por el contrario, desde una postura mucho más conservadora, la de la crítica desde la historia social a las interpretaciones institucionalistas y normativas de la realidad colonial. Los escasos estudios existentes al momento de la investigación –estudios puntuales para Hispanoamérica, y prácticamente ausentes para el caso de la Audiencia de Quito– no solo que no ofrecían ninguna sistematización de las diferencias temporales y regionales de la nobleza, sino que, además, ignoraban la importancia de los factores socioculturales y étnicos en los procesos de estratificación social. El estudio de Büschges pretende, por lo tanto, dilucidar “la forma, características y significado social de la nobleza colonial hispana” (p. 16). Para ello recurre al concepto de “sociedad estamental” de Jürgen Kocka que subraya la importancia de factores no materiales en el análisis social, sin desconocer no obstante que lo económico constituye un aspecto fundamental para la construcción de un grupo social. Por otra parte, al optar por estrato social como categoría de análisis, el autor pretende evadir el término élite, que –según su criterio– padecía de un uso inflacionario en los estudios de historia social sobre Latinoamérica.
Familia, honor y poder se compone de cuatro partes, cuyos ejes temáticos ofrecen al lector una interpretación amplia y combinada de la nobleza quiteña. La primera parte nos presenta una panorámica del entramado de relaciones económicas, sociales y culturales en las que se sustentaba la sociedad colonial. La crisis textil durante la segunda mitad del siglo XVIII afectó también al complejo hacienda-obraje, que constituía a su vez la base material y el objeto de prestigio social de las familias nobles. Como consecuencia de ello, los hacendados y propietarios obrajeros se vieron forzados a reorientar sus actividades económicas, convirtiéndose en intermediarios comerciales en el circuito Quito-Popayán-Cartagena. Además, la escasez de moneda provocó no solo el descontento al interior de la sociedad colonial, sino que conllevó a una delimitación aun más marcada de las fronteras sociales y al aumento de los obstáculos para el ascenso social. De tal suerte que en el Quito colonial tardío, el éxito económico, si bien era un factor importante de poder e influencia, no garantizaba sin embargo la aceptación al grupo prestigioso de los “vecinos acaudalados” (p. 67). Una comprensión más amplia de las dinámicas de exclusión e inclusión social requiere, por lo tanto, indagar también sobre la transcendencia de los factores étnicos, de ascendencia familiar e inserción en redes sociales influyentes, así como de lo que Büschges denomina “criterios económico-funcionales”, es decir, el estatus social que se derivaba de la posesión de un determinado cargo u ocupación. Para ello, el autor propone una lectura del concepto de “etnicidad”, entendida esta como el resultado cambiante de la interacción entre la autodefinición que los sujetos hacen de sí mismos y la identidad atribuida a ellos por otros grupos sociales. La segunda parte del libro es justamente un intento por reconstruir las características sociales de los nobles quiteños y establecer una relación con los aspectos normativos que sustentaban su estatus diferenciado. Se trata, por lo tanto, de comprender la interacción entre las identidades reclamadas y las identidades atribuidas.
Marqueses de Miraflores, anónimo, s.XVIII, pintura sobre tela.
Si el prestigio y la influencia social de la nobleza quiteña consistían en algo más y en algo distinto al solo bienestar material, el problema heurístico con el que se enfrenta el investigador radica no tanto en la carencia de fuentes, cuanto más en las dificultades para vincular los factores económicos con los criterios étnicos y socioculturales de la construcción social. La ausencia de datos censales sobre la población considerada como noble y la maleabilidad de las diversas categorías étnicas en la documentación histórica dificultan la cuantificación de los representantes aristócratas. Aun así, un informe del Cabildo de Quito en 1789 hace referencia a un grupo de un poco más de 500 personas nobles, que correspondía al 2,1% de la población total y al 2,8% de la población blanca y mestiza (p. 79). La nobleza conformaba entonces un grupo minoritario, que se diferenciaba étnicamente de la plebe en cuanto abarcaba a la población blanca, aun cuando no todos los blancos eran nobles y no todos los nobles eran descendientes de españoles peninsulares.
En América colonial los representantes de la nobleza gozaron de iguales derechos de acceso a los hábitos de las órdenes militares, títulos nobiliarios y rangos militares que sus semejantes en la Península. Entre los privilegios de los nobles quiteños se contaba el derecho de poder sentarse en los Reales Estrados de la Audiencia, a no guardar prisión, como tampoco a perder en confiscación sus bienes por falta de pago de deudas públicas. De igual manera, los deberes impuestos a los nobles buscaban proteger la exclusividad del estatus y preservar las fronteras sociales. La nobleza quiteña se concebía a sí misma como la heredera de los conquistadores y primeros colonizadores de América. Este carácter marcadamente local carecía, sin embargo, de bases jurídicas y “resultaba, en última instancia y en una dimensión decisiva, del prestigio social y la aceptación general por parte de las familias nobiliarias establecidas” (pp. 97-98).
El estatus de noble estaba ligado además al ejercicio de altos cargos y rangos en la administración colonial; estas eran funciones distintivas del prestigio social, a la vez que legitimaban el derecho a la distinción. La nobleza era considerada un “estamento de honor”, que contemplaba un modo de vivir peculiar, “un proceder honrado” y un sentido de “honor estamental” fundamentado en la pertenencia a un cuerpo social exclusivo. Los símbolos más distintivos eran los hábitos de las órdenes nobiliarias y los títulos de Castilla. La posición privilegiada de la nobleza quiteña no se sustentaba empero en la posesión de señoríos o rentas hereditarias, como las que habían sido concedidas en épocas anteriores a su homóloga peninsular. Los nobles coloniales no eran señores feudales y por lo tanto no podían prescindir de actividades productivas y comerciales propias. A diferencia de otras regiones en América colonial y debido al escaso dinamismo económico de la Audiencia, el éxito empresarial no implicaba, sin embargo, renunciar a un modo de vida aristocrático.
Retrato de Clemente Sánchez de Orellana, conservado en el Museo Nacional de Medicina.
A la caracterización de la nobleza quiteña como grupo social sigue un examen empírico de los cargos, las propiedades y redes de influencia de las nueve familias que conformaron la nobleza titulada durante el período colonial tardío. De esta tercera parte merece especial atención el cuadro detallado y consistente que nos proporciona el autor sobre el grado de inserción de los nobles en las instancias del poder. Los datos evidencian que si bien en la directiva de la Audiencia la presencia de las familias nobles quiteñas era reducida, esta era en cambio considerablemente representativa en los sectores medios del aparato administrativo, así como a nivel de los corregimientos y del Cabildo. Casi todas las familias de la nobleza titulada tenían además un abogado en casa, y muchos de sus miembros ocuparon cargos universitarios. Los nobles quiteños se desempeñaron también como curas capellanes y sirvieron en las órdenes religiosas. Fueron, además, favorecidos con la reforma de la milicia realizada entre 1779 y 1784 que les permitió el acceso a altos cargos militares. El mapeo social nos permite, finalmente, identificar las formas y funciones de la propiedad, las redes de parentesco y compadrazgo entre las familias nobles, que además actuaban como socias comerciales, así como el nivel de acumulación del patrimonio, por ejemplo, por medio de la institución del mayorazgo. La ausencia de derechos consuetudinarios y de rentas feudales no fueron, por lo tanto, factores agravantes para la acumulación de riqueza e influencia política por parte de la nobleza.
En qué medida este sector minoritario de la sociedad colonial logró captar poder y mantenerse en las instancias de gobierno incluso durante los acontecimientos revolucionarios a inicios del siglo XIX es el objeto de análisis de la cuarta y última parte del libro. Esta es –desde la perspectiva de los debates actuales– quizá el capítulo más sugerente del estudio de Büschges. Durante el proceso independentista la nobleza quiteña lideró los gobiernos insurgentes, diseñó además propuestas económicas, políticas y constitucionales que perseguían salvar la crisis de la región y empuñó la dirección de las empresas militares de anexión de los territorios resistentes al proyecto centralizador quiteño. El ejercicio de cargos dirigentes era un factor de prestigio social; asumirlos era, por lo tanto, “una cuestión de honor” (p. 252), correspondiente con la posición de exclusividad de la aristocracia quiteña. Las nuevas formas de participación política no implicaron, sin embargo, un cambio de mentalidades. Al contrario, persistieron las antiguas prácticas de representar y comunicar relaciones de poder, propias del Antiguo Régimen. Esta continuidad se evidencia de manera especial en el intento de los nobles quiteños después de restaurado el Imperio español, por recuperar su antigua posición social.
Al subrayar los valores culturales que legitimaban la cooptación del poder, Büschges ofrece una lectura culturalista de la esfera de lo político: examina las dinámicas de inclusión y exclusión social no solo como el resultado de relaciones materiales de dominación, sino también como procesos de construcción de sentido. Ello no basta, sin embargo, para explicar las opciones revolucionarias de la nobleza quiteña, que al financiarse de sus empresas y no de rentas feudales, perseguía sin duda intereses propios, que no necesariamente coincidían con los proyectos económicos borbónicos. Por otra parte, el que los nobles se creyeran en derecho de asumir el gobierno de las nuevas comunidades políticas, no implicaba que de facto lo hicieran. Hace falta indagar la relación entre nobleza y otros grupos emergentes al interior de la Audiencia. El concepto de élite –expresamente evadido por el autor en ese momento– adquiere así una nueva significación, en la medida en que nos invita a estudiar los procesos de estratificación social como disputas de poder entre diversos grupos influyentes, cuyas prácticas políticas combinaban intereses económicos con valores sociales. Familia, honor y poder es justamente eso: una invitación a ampliar nuestro horizonte de investigación histórica no solo para comprender el juego entre lo real y lo semántico, sino también entre los que son, los que quieren ser y los que dejan de serlo.
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* Catedrática de la Universidad Andina Simón Bolívar, Sede Ecuador.
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