Efigies de los ingas y reyes del Perú (Anónimo). c.1746 y 1759. Convento de Nuestra Señora de Copacabana, Lima, Perú.
Por Udo Oberem *
La Conquista española del Imperio incásico, significó tanto para los conquistadores como para los conquistados, mucho más que un suceso político, similar a la conquista de un país europeo por otro, o a la de un pueblo indígena por sus vecinos. Fue más bien el choque de dos distintas culturas y, tanto para los vencedores como para los vencidos, las consecuencias culturales fueron tan decisivas, como lo fueron las políticas, aún cuando para los últimos éstas fueron de mayor alcance que para los primeros.
Precedentes de este tipo les hemos visto en otros lugares de América y del mundo. Relacionados no solamente a la propagación del poderío europeo en tiempos de la colonia, sino también en épocas más antiguas, como por ejemplo, la campaña de conquista romana, en la cual, iba consecuentemente ligada a una transformación política, la transformación cultural. De ello siempre los más afectados, resultaban quienes estaban a la cabeza, y, en primer lugar, el entonces Rey y su familia. Para la gran masa del pueblo un suceso semejante significaba únicamente el cambio de un sector gobernante por otro.
La historia de la familia del·último Rey del Imperio Incaico se la puede tomar como representativa de semejante proceso histórico-cultural. La presentación de estos destinos es algo más que una genealogía cualquiera, es una contribución a la historia socio-cultural de los países andinos, en el primer siglo de la conquista española, en el que los problemas político-sociales están íntimamente ligados al problema humano.
Y como todo tratado histórico, éste tiene su significado no sólo para el pasado, sino también para el presente, ya que el pasado se hace presente en este último mediante las circunstancias en él producidas y por las consecuencias derivadas de sucesos pasados.
En años pasados, el autor de esta obra tuvo la suerte de poder examinar documentos de archivos, tanto ecuatorianos como españoles, los cuales tratan sobre la suerte corrida por los miembros de la familia de Atahualpa. Los más importantes se señalan en el apéndice. También colegas y amigos pusieron amablemente a mi disposición material informativo de su propiedad, el que no solamente amplia, con nuevos datos, nuestro conocimiento, sino que también da una nueva visión a lo ya conocido. Este articulo amplia en adelante los estudios anteriores sobre el mismo o parecido tema, por, entre otros, Alfredo Costales, Federico González Suárez, Silvio L. Haro, Pablo Herrera, Marcos Jiménez de la Espada, José Gabriel Navarro y José Maria Vargas. Y ya que las relaciones de éstos y otros autores únicamente se puedan basar en los antecedentes hasta entonces conocidos, es necesario corregirlos en algunos puntos, especialmente en las no poco frecuentes confusiones de nombres y personas.
Tampoco en lo que respecta a las declaraciones aquí presentes, está dicha, de ninguna manera, la última palabra, ya que todas las fuentes de información son casi siempre encuentros casuales y pueden, en cualquier momento, ser rectificadas por el descubrimiento de nuevos antecedentes, por lo cual, ésta a cualquier otra conclusión, no se considera exacta. Este es más el caso de las fuentes del siglo XVI, las cuales se contradicen muy a menudo o son muy oscuras en sus explicaciones. Pero en toda investigación científica que se remonta largos periodos de tiempo, y en la que, simultáneamente o no, están involucradas varias personas, es necesario hacer, de tiempo en tiempo, un resumen del estado actual de la investigación.
Lo que sigue a continuación también fue planeado como una recopilación de lo hasta ahora logrado. Se trata menos de describir detalladamente la vida de cada uno de los miembros de la familia de Atahualpa, y más de tomarlos como ejemplo del poceso de incorporación de un miembro de una clase indígena reinante, en la sociedad colonial.
De acuerdo a las fuentes consultadas, bajo "miembros de la familia de Atahualpa" se entiende a sus esposas e hijos y sus descendientes. La actitud del Inca con 'respecto a los españoles y la de ellos hacia él ha sido ya descrita muchas veces, así que está por demás repetirlo.
Ya no se puede poner en tela de juicio que Atahualpa fuera en verdad el último legitimo Rey del Imperio Incásico, el más grande de todos los estados de la América Antigua. Nuevas investigaciones sobre la historia del Inca en general, y en especial sobre el problema de la sucesión al trono, han puesto en evidencia que en cuanto a lo último, se debe diferenciar entre el prototipo inca y el europeo. El transcurso de la historia inca muestra que, de ningún modo, el haber nacido primero garantizaba un indiscutible derecho al trono. En el Imperio Incásico imperaba también lo que para nosotros es común en otras sociedades, y es que era Rey, aquél que primero se hiciera acreedor a ello. En ese entonces, el más fuerte siempre encontraba reconocimiento, razón por la cual, los "Orejones" eran de decisiva significación. Sin embargo, la desventaja de este principio de elección, era que conduela fácilmente a guerra internas y, consecuentemente (por lo menos en forma temporal) a un debilitamiento del poder del Estado, lo cual podía ser utilizado por el enemigo en provecho propio. También debido a esto se puede explicar la relativamente fácil conquista española del Imperio Incásico, ya que Atahualpa, al momento de la llegada de Pizarro se encontraba todavía en guerra con las tropas del otro pretendiente al trono, Huáscar; y, luego también, porque con pocas excepciones, sólo el ejército de Atahualpa opuso resistencia y no así el Inca del Cuzco, es decir, los seguidores y parientes de Huáscar. Y ya que todas las versiones sobre la "legitima" sucesión al trono del primogénito de la mujer principal van de acuerdo al pensamiento del siglo XVI y, la mayoría de las relaciones sobre la conquista del Imperio Incásico nos llegan de la pluma de europeos o indios europeizados, no es de extrañar que Atahualpa siempre sea señalado como usurpador o tirano, y en último caso, como un individuo que sin derecho alguno se impuso en el trono.
Aparte de los españoles que en esta forma tuvieron una justificación muy conveniente para la incalificable ejecución de Atahualpa, los incas del Cuzco se sirvieron naturalmente también de ese calificativo, por motivos no menos egoístas que los españoles. Cuando en publicaciones modernas se encuentran todavía calificativos de "usurpador" y "tirano" para Atahualpa, frecuentemente se deben a tendencias nacionalistas, y donde, los autores, en éste como en otros casos, confunden circunstancias de la época prehispánica con las de los siglos XIX y XX.
Probablemente además de los aquí mencionados, existieron otros descendientes del Inca Atahualpa, quienes seguramente también pueden llegar a conocerse, en el transcurso de posteriores revisiones de los archivos. Sin embargo, no se trata en esta relación de presentar una completa genealogía, sino más bien de mostrar, con la ayuda de ejemplos, el proceso de la integración de los miembros de la familia del último Rey Inca en la nueva sociedad colonial. Para ello bastan las vidas hasta el momento relatadas.
A base de esta recopilación podemos hacer indicaciones sobre los descendientes de Atahualpa y también podemos comparar en algo con lo que es conocido sobre los Incas, de descendencia real, y que vivían en Cuzco en los siglos XVI y XVII. Por esta razón ya no es válida la declaración de Ella Dumbar Temple, la mejor conocedora de la historia de los Incas del Cuzco, quien entre otras cosas afirmara que "la descendencia de Atahualpa significó una vegetación obscura y miserable, olvidada de los españoles y despreciada por los indios...".
Es obvio que los descendientes del Rey, desde comienzos de la época de la conquista, adquirieron una posición privilegiada. Su suerte fue distinta de la de sus súbditos de antaño, no solamente de la de la masa del pueblo, sino también de la de los nobles aborígenes. La manera de pensar de los españoles de entonces, quienes pertenecían a una sociedad establecida en base, por lo menos en teoría, a una estructura de rangos, estaría en contra de tratar a los miembros de una familia real como unos más del pueblo. Esto no significa que, en casos aislados y cuando por razones políticas o militares se considerara necesario, no se actuara contra ellos con gran crueldad. Sin embargo, los españoles, tanto individualmente como el Gobierno y el Rey, estuvieron siempre conscientes de su privilegiada posición social como "señores naturales". Por ello, tampoco cambió en nada la concepción del Virrey, Francisco de Toledo, teóricamente clara, pero nunca realizable en la práctica, según la cual los Incas habían sido usurpadores, y que fueran considerados como "señores naturales" solamente por los curacas locales bajo su sujeción.
Los no poco frecuentes matrimonios entre españoles con descendientes del Inca pueden tener su razón no sólo en el hecho de que las últimas eran relativamente pudientes. La unión con un miembro de la alta nobleza, aunque solamente fuera nobleza indígena era, de todos modos, para un europeo de ese entonces, especialmente si es que era de baja procedencia, algo muy honroso y halagaba su vanidad. Los hijos del Inca sintieron menos intensamente que sus parientes mayores el repentino desplome de 1o más alto, como miembros de la familia gobernante, a 1o bajo y a una posición subordinada ya que ellos eran todavía muy jóvenes en la época de la conquista. Esta fue también la razón para que ellos no tuvieran ninguna significación política para los españoles y jugaran ningún papel en los nombramientos de los gobernantes títeres, dependientes de los nuevos señores. En los primeros decenios, su situación económica no fue, de ningún modo, muy buena. Sin embargo, esto también cambió luego de la consolidación de la administración colonial. Desde el punto de vista económico, como encomenderos y propietarios de tierras privadas, pertenecían al patriciado de Quito. Sin embargo, en el ambiente político de la ciudad no desempeñaban ningún papel, al contrario de los encomenderos españoles, quienes constituían el 10-15 % de la población europea. Así, de poco, puede hablarse de una total integración socio-cultural. En las primeras generaciones, como Don Francisco Auqui por ejemplo, se puede ver que en su personalidad se reflejaba la inseguridad y una cierta desorientación. Con su hijo Alonso se implantó la imagen predominante del "elegante español de la colonia". Y si bien él destacaba su origen Inca, es grotesco como, con tal prolijidad, en 1582 hace a los testigos ratificar que, por su educación, la que se igualaba a la de un "hijo de un Hidalgo", sólo trataba con españoles y no con indios, y otras cosas más. En los documentos sobre sus hijos y los hijos de sus hijos, ya no se encuentra esta tendencia hacia el prestigio. Posiblemente ya no se necesitaba destacar ese origen en forma especial sino que era suficiente ser cónyuge de español.
La administración española se servía gustosamente, por lo menos en los primeros tiempos, de la influencia que todavía tenían los Incas sobre las masas indígenas. En el caso de Don Francisco Auqui esto era muy obvio. Se recurrió a él para el control de las rebeliones e incluso se lo puso como ejemplo para la cristianización del pueblo.
Los miembros de la familia de Atahualpa no ofrecieron, de ningún modo, resistencia a los nuevos señores. Para el tiempo de la rebelión de Manco Inca en Perú, los hijos del Rey eran todavía muy jóvenes para considerar su intervención activa. El que sus parientes mayores de Quito no tomaran parte en esto e incluso se pusieran de lado de los españoles, como por ejemplo Isabel Yarucpalla, seguramente no puede basarse -como en el caso de esta Palla- sólo en razones personales. En esto también debió haber jugado su papel el que la rebelión fuera conducida por los Incas del Cuzco, quienes estaban enemistados con los Incas de Quito. Los hijos del Inca Atahualpa, que vivieron en el Cuzco, tuvieron que sufrir mucho por esta enemistad.
En Quito, por parte de los Incas nunca se llegó a la idea ni a las acciones pertinentes para la formación nacional de los indígenas. En este territorio, anexado hacia poco al Tahuantinsuyo, tampoco había las oportunidades para este efecto, ya que para la población indígena los incas eran tan extraños como los españoles. Además, parece que los Incas de Quito, así como también la mayoría de sus iguales del Cuzco reconocieron la superioridad de la nueva civilización y prefirieron conseguirse una buena posición dentro de la nueva sociedad. Al respecto se podría hablar, sin ofender a nadie, de un cierto oportunismo, el cual en algunos casos, como por ejemplo el de Don Alonso, se convertía en un superconformismo.
Sin embargo, esta adaptación a las nuevas relaciones, no condujo a que los descendientes de Atahualpa no se sintieran orgullosos de su origen. Si bien este hecho servía en primer lugar para garantizar su seguridad económica, se nota claramente que ellos se sentían miembros de una clase privilegiada. En las peticiones al Rey, se comparaban tanto con los Incas del Cuzco, como también con los descendientes de Moctezuma. La conciencia de ello se hace especialmente ostensible, en las cartas de Doña Bárbara, en las cuales no ruega por una gracia, sino que exige un derecho y que los Incas sean considerados como iguales a la nobleza española. En Quito no se llegó, como en el Cuzco, a la formación de una clase noble alta indígena. Era muy reducido el número de Incas en ese lugar para el efecto. Los descendientes del Inca Atahualpa se fusionaron en parte, con la clase de los criollos terratenientes, mientras que otros se unieron a indios nobles.
Naturalmente, a base de los documentos no se puede decir hasta qué punto llegó la integración de cada individuo en la nueva sociedad y cultura. En las primeras generaciones fue, por lo menos, parcial, y llegó a ser completa solamente con los posteriores miembros de la clase criolla, mientras que en otros siempre debió haber prevalecido lo "indio".
Para leer el documento completo, puedes descargarlo en la siguiente dirección:
https://www.flacso.org.ec/biblio/catalog/resGet.php?resId=51669
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* Original Alemán publicado en: Jahrbuch für Geschichte van Staat. Wirtschaft und Gesellschaft Lateinamerikas. ValS. (pág. 6-62) Bahlan Verlag. Kaln, Grez, 1968. Traducción al castellano publicada en Notas o Documentos sobre miembros de la familia del Inca Atahualpa en el siglo XVI. Estudios Etnohistóricos del Ecuador. l. Guayaquil 1976.
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